Bernabé era apreciado por los Apóstoles por ser un “hombre bondadoso, lleno de Espíritu Santo y de mucha fe” (Hechos 11,24).
Su verdadero nombre era José, pero los Apóstoles se lo cambiaron por Bernabé, que según San Lucas significa “el que anima y entusiasma”, “el esforzado”. En los Hechos de los Apóstoles (Hech 4) se cuenta que vendió su finca y entregó lo recaudado a los Apóstoles para que sea distribuido entre los pobres.
Colaboró muy de cerca con San Pablo y sus prédicas convirtieron a muchos. Ambos estuvieron en Antioquía por un tiempo, lugar que se transformó en el centro de evangelización y donde por primera vez se llamó cristianos a los seguidores de Cristo.
Los fieles de esta ciudad los enviaron a Jerusalén con una colecta para los que pasaban hambre en Judea.
El Espíritu Santo les encomendó a los dos Apóstoles una misión por medio de los maestros y profetas que adoraban a Dios, recibieron la imposición de manos y partieron acompañados por un tiempo del Evangelista Marcos, primo de Bernabé, a predicar en varios lugares.
Después de recorrer diferentes ciudades, confirmar a los convertidos y ordenar presbíteros, regresaron a Antioquía y luego se realizó el Concilio de Jerusalén en el que se declara que los “gentiles” no tienen el deber de la circuncisión.
Para el segundo viaje misionero, Pablo con Silas y Bernabé con San Marcos toman rumbos diferentes. Más adelante los dos Apóstoles se volvieron a encontrar en las misiones de Corinto.
Se dice que Bernabé murió lapidado por unos judíos envidiosos de las conversiones que obtenía. Sus restos fueron sepultados cerca de Salamina y encontrados en el 488. El Apóstol tenía sobre su pecho el Evangelio de San Mateo, escrito de su propia mano. Posteriormente fue trasladado a Mancheras (Chipre).
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