El Papa Francisco pide superar la desconfianza entre los pueblos

El Papa Francisco realizó en Marruecos un llamado a superar las desconfianzas y divisiones entre pueblos y animó a hacer un ejercicio de misericordia como hijos de Dios.

En la homilía pronunciada en la Misa celebrada en Rabat, el Santo Padre recurrió a la parábola del hijo pródigo, en la que el padre acude al encuentro de sus dos hijos: primero, al encuentro de aquel que había abandonado el hogar y regresa arrepentido. En segundo lugar, acude al encuentro de su otro hijo y lo invita a participar en la fiesta por el regreso del primero.

Sin embargo, “al hijo mayor parece que no le gustaban las fiestas de bienvenida, le costaba soportar la alegría del padre, no reconoce el regreso de su hermano: ‘ese hijo tuyo’, afirmó. Para él su hermano sigue perdido, porque lo había perdido ya en su corazón”.

“En su incapacidad de participar de la fiesta”, explicó el Santo Padre, “no sólo no reconoce a su hermano, sino que tampoco reconoce a su padre. Prefiere la orfandad a la fraternidad, el aislamiento al encuentro, la amargura a la fiesta”.

“No sólo le cuesta entender y perdonar a su hermano, tampoco puede aceptar tener un padre capaz de perdonar, dispuesto a esperar y velar para que ninguno quede afuera, en definitiva, un padre capaz de sentir compasión”.

Esa tensión entre hermanos tiene su reflejo en la tensión entre pueblos y comunidades, “una tensión que desde Caín y Abel nos habita y que estamos invitados a mirar de frente”.

“Es cierto, son tantas las circunstancias que pueden alimentar la división y la confrontación; son innegables las situaciones que pueden llevarnos a enfrentarnos y dividirnos. No podemos negarlo. Siempre nos amenaza la tentación de creer en el odio y la venganza como formas legítimas de brindar justicia de manera rápida y eficaz”.

Sin embargo, “la experiencia nos dice que el odio, la división y la venganza, lo único que logran es matar el alma de nuestros pueblos, envenenar la esperanza de nuestros hijos, destruir y llevarse consigo todo lo que amamos”.

Por ese motivo, “Jesús nos invita a mirar y contemplar el corazón del Padre. Sólo desde ahí podremos redescubrirnos cada día como hermanos. Sólo desde ese horizonte amplio, capaz de ayudarnos a trascender nuestras miopes lógicas divisorias, seremos capaces de alcanzar una mirada que no pretenda clausurar ni claudicar nuestras diferencias buscando quizás una unidad forzada o la marginación silenciosa”.

“Sólo si cada día somos capaces de levantar los ojos al cielo y decir Padre nuestro podremos entrar en una dinámica que nos posibilite mirar y arriesgarnos a vivir no como enemigos sino como hermanos”.

Frente a esa desconfianza entre pueblos y comunidades, entre hermanos, el Papa sugirió que “en vez de medirnos o clasificarnos por una condición moral, social, étnica o religiosa”, se reconozca “que existe otra condición que nadie podrá borrar ni aniquilar ya que es puro regalo: la condición de hijos amados, esperados y celebrados por el Padre”.

Tampoco “caigamos en la tentación de reducir nuestra pertenencia de hijos a una cuestión de leyes y prohibiciones, de deberes y cumplimientos. Nuestra pertenencia y nuestra misión no nacerá de voluntarismos, legalismos, relativismos o integrismos sino de personas creyentes que implorarán cada día con humildad y constancia: venga a nosotros tu Reino”.

El Papa finalizó su homilía dando las gracias a los cristianos marroquíes “por el modo en que dan testimonio del evangelio de la misericordia en estas tierras. Gracias por los esfuerzos realizados para que sus comunidades sean oasis de misericordia. Los animo y aliento a seguir haciendo crecer la cultura de la misericordia, una cultura en la que ninguno mire al otro con indiferencia ni aparte la mirada cuando vea su sufrimiento”.

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