El Papa Francisco continuó su segunda jornada del viaje apostólico a Irak este sábado 6 de marzo con una visita de cortesía a al líder musulmán chiíta, el gran ayatolá Ali al-Sistani, cuya influencia política y religiosa en Irak después de la Guerra es de gran importancia.
El Santo Padre partió de Bagdad a las 07:45 de la mañana (hora local), y aterrizó en la ciudad santa de Nayaf, donde reside Al-Sistani, a las 08:30.
Con este encuentro, el Pontífice dio un impulso al diálogo con la rama chiíta del islam, similar al dado en 2017 con su visita en Egipto al gran imán de Al-Azhar, máximo líder religioso de los musulmanes sunítas. Pocos años después, el 4 de febrero de 2019, el Papa y el imán de Al-Azhar firmaron el documento sobre la fraternidad humana.
La ciudad de Nayaf, situada en el centro de Irak es el principal centro religioso de los musulmanes chiítas de Irak y la tercera ciudad santa más importante para para esta rama del islam después de la Meca y Medina.
En la Mezquita del Imán Ali se custodia la tumba de Ali ibn Abi Talib, primo y yerno de Mahoma y la primera persona en convertirse al islam.
La residencia del gran ayatolá Al-Sistani se encuentra en el interior de la mezquita, donde según la tradición chiíta también se encuentran enterrados Adán y Eva. El origen de la mezquita se remonta al año 786, aunque fue reedificada en varias ocasiones.
El actual edificio es del año 1632. En el año 1991, el edificio tuvo un especial protagonismo durante la revuelta chiíta contra el dictador Sadam Hussein. Miembros de la oposición chiíta se refugiaron en el interior del templo. La Guardia Republicana asaltó el edificio y los masacró a todos, además de causar graves daños en la mezquita.
El gran ayatolá Ali al-Sistani, de 90 años, nació el 4 de agosto de 1930 en Mashad, en Irán. Es el principal referente religioso para los chiítas iraquíes, una voz relevante dentro del mundo chiíta, y director de la hawza de Najaf, el seminario religioso duodecimano (corriente teológica islámica que se encuentra en la base del chiísmo).
Al-Sistani nació dentro de una familia de profunda religiosidad. Desde pequeño se entregó al estudio del Corán. Cuando tenía 20 años se trasladó al centro religioso de Nayaf, donde continuó sus estudios como discípulo del gran ayatolá Abu al-Qasim al-Khoei, del que fue nombrado su sucesor.
Su espiritualidad, sus amplios conocimientos teológicos y su neutralidad política le valió el respeto no solo de los chiítas, sino también de los sunitas y de los kurdos.
Al-Sistani siempre defendió que las autoridades religiosas se deben abstener de una intervención política directa, un principio que siempre ha seguido y promovido y que le ha llevado a convertirse en un interlocutor válido para varias corrientes políticas.
Tras la caída del régimen de Sadan Hussein en 2003 envió un mensaje al pueblo iraquí en el que mostraba su deseo de que se pudiese reconstruir el país apartando los conflictos sectarios y étnicos.
En el año 2004, durante la conocida como batalla de Nayaf, que enfrentó a las fuerzas militares estadounidenses e iraquíes contra la milicia chiíta de Muqtada al-Sadr, conocida como Ejército Mahdi, Al-Sistani intervino para lograr una tregua.
En ese mismo año 2004 apoyó las elecciones libres en Irak. Ese apoyo supuso la legitimación de las reformas democráticas del país al implicar a la comunidad chiíta en el proyecto, que hasta ahora desconfiaba de un proceso impulsado por Estados Unidos.
Al-Sistani respaldó la separación entre religión y política, y apoyó un gobierno civil basado en la voluntad del pueblo.
Durante la ola de violencia sectaria que se desató entre los años 2006 y 2007, después del ataque terrorista contra varios santuarios en Samarra, Al-Sistani volvió a intervenir condenar y poner fin a la violencia.
En el 2014 su intervención volvió a ser esencial para lograr la unidad del país frente a la violencia y la guerra. En ese año, tras la ofensiva de los terroristas de Estado Islámico que logró hacerse con el control del norte de Irak, pidió a los iraquíes que se unieran con independencia de su origen étnico o sus creencias religiosas para luchar contra los yihadistas.
Miles de voluntarios respondieron al llamado y formaron las Fuerzas de Movilización Popular, desempeñando un papel crucial para hacerle frente al Estado Islámico.
Durante las manifestaciones populares de 2019 contra la corrupción, la crisis económica y la inestabilidad política, Al-Sistani pidió a manifestantes y policía que mantuvieran la calma y que no se produjeran enfrentamientos violentos.
Además, reclamó la dimisión del gobierno y una reforma electoral que diera respuesta a las demandas de los ciudadanos. Como respuesta, el primer ministro presentó su dimisión y el parlamento aprobó la reforma electoral.
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