En el segundo día de su viaje a Irak, este sábado 6 de marzo, el Papa Francisco celebró por primera vez una Misa en rito caldeo en la que invitó a “cambiar la historia con la fuerza humilde del amor”.
La histórica Eucaristía, que se llevó a cabo en la Catedral caldea de San José de Bagdad, siguió el formulario de la “Misa de Santo Tomás” y fue concelebrada por el Patriarca de Babilonia de los Caldeos, Cardenal Louis Raphaël Sako, el Secretario de Estado, Cardenal Pietro Parolin, el prefecto de la Congregación para las Iglesias Orientales, Cardenal Leonardo Sandri, el presidente del Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso, Cardenal Miguel Ángel Ayuso, el Gran Maestro de la Orden del Santo Sepulcro, Cardenal Fernando Filoni y el Arzobispo latino de Bagdad, Mons. Jean Sleiman.
La mayor parte de los cristianos en Irak son de rito caldeo. La Iglesia Caldea es una Iglesia Católica Oriental que se encuentra en plena comunión con Roma.
Se trató de la segunda ocasión que el Santo Padre celebra una Misa en un rito oriental católico. La primera vez fue el 2 de junio de 2019 durante su viaje a Rumanía en donde presidió la “Divina Liturgia” en rito bizantino rumano con la beatificación de siete obispos greco-católicos mártires.
A esta Eucaristía acudieron alrededor de 180 personas debido a las restricciones sanitarias por el COVID-19. Entre ellas estaban diferentes autoridades civiles, encabezadas por el presidente de Irak, Barham Ahmed Salih Qassim, musulmán de la rama sunita. Otras personas siguieron la Misa afuera de la iglesia ante una gran pantalla colocada en el exterior.
Entre algunas de las diferencias significativas del rito romano cabe destacar que la silla del celebrante principal (el Papa) estuvo colocada a un lado del altar (y no al centro).
Después de la procesión, el Patriarca comenzó la Misa guiando el Gloria en caldeo y después el coro entonó en caldeo el Salmo 36. La primera y la segunda lectura fueron leídas en árabe, mientras que el Evangelio fue cantado. En el rito romano durante el tiempo de Cuaresma no se canta el aleluya, mientras que en esta Misa en rito caldeo se cantó el aleluya.
La homilía fue pronunciada en italiano por el Papa y traducida al árabe por el sacerdote que trabaja en la Secretaría de Estado y es su intérprete durante este viaje.
En su predicación, el Santo Padre alentó a imitar “la sabiduría de Jesús, que se encarna en las bienaventuranzas, exige el testimonio y ofrece la recompensa, contenida en las promesas divinas”.
El Papa invitó a preguntarse “¿Y yo cómo reacciono ante las situaciones que no van bien?” y explicó que “ante la adversidad hay siempre dos tentaciones. La primera es la huida. Escapar, dar la espalda, no querer saber más. La segunda es reaccionar con rabia, con la fuerza”.
“Es lo que les ocurrió a los discípulos en Getsemaní; en su desconcierto, muchos huyeron y Pedro tomó la espada. Pero ni la huida ni la espada resolvieron nada. Jesús, en cambio, cambió la historia. ¿Cómo? Con la humilde fuerza del amor, con su testimonio paciente. Esto es lo que estamos llamados a hacer; es así como Dios cumple sus promesas”, indicó el Papa.
Al comentar un pasaje del Libro de la Sabiduría, el Pontífice recordó que “la sabiduría ha sido cultivada en estas tierras desde la antigüedad. Su búsqueda ha fascinado al hombre desde siempre; sin embargo, a menudo quien posee más medios puede adquirir más conocimientos y tener más oportunidades, mientras que el que tiene menos queda relegado”.
“Pero el Libro de la Sabiduría nos sorprende cambiando la perspectiva. Dice que ‘el que es pequeño será perdonado por misericordia, pero los poderosos serán examinados con rigor’ (Sb 6,6). Para el mundo, quien posee poco es descartado y quien tiene más es privilegiado. Pero para Dios, no; quien tiene más poder es sometido a un examen riguroso, mientras que los últimos son los privilegiados de Dios”, advirtió.
Luego, el Santo Padre señaló que “Jesús, la Sabiduría en persona, completa este vuelco en el Evangelio, no en cualquier momento, sino al principio del primer discurso, con las Bienaventuranzas. El cambio es total. Los pobres, los que lloran, los perseguidos son llamados bienaventurados”.
“Querida hermana, querido hermano: Tal vez miras tus manos y te parecen vacías, quizás la desconfianza se insinúa en tu corazón y no te sientes recompensado por la vida. Si te sientes así, no temas; las bienaventuranzas son para ti, para ti que estás afligido, hambriento y sediento de justicia, perseguido. El Señor te promete que tu nombre está escrito en su corazón, en el cielo”, afirmó el Papa.
En esta línea, el Pontífice exclamó: “hoy le doy gracias con ustedes y por ustedes, porque aquí, donde en tiempos remotos surgió la sabiduría, en los tiempos actuales han aparecido muchos testigos, que las crónicas a menudo pasan por alto, y que sin embargo son preciosos a los ojos de Dios; testigos que, viviendo las bienaventuranzas, ayudan a Dios a cumplir sus promesas de paz”.
“La propuesta de Jesús es sabia porque el amor, que es el corazón de las bienaventuranzas, aunque parezca débil a los ojos del mundo, en realidad vence. En la cruz demostró ser más fuerte que el pecado, en el sepulcro venció a la muerte. Es el mismo amor que hizo que los mártires salieran victoriosos de las pruebas, ¡y cuántos hubo en el último siglo, más que en los anteriores!”, añadió.
Sin embargo, el Santo Padre reconoció que “bienaventurados, para el mundo, son los ricos, los poderosos, los famosos. Vale quien tiene, quien puede y quien cuenta”, pero explicó que “no para Dios. Para Él no es más grande el que tiene más, sino el que es pobre de espíritu; no el que domina a los demás, sino el que es manso con todos; no el que es aclamado por las multitudes, sino el que es misericordioso con su hermano”.
Por ello, el Papa subrayó que la clave para vivir las bienaventuranzas no consiste en hacer “cosas extraordinarias, que realicemos acciones que están por encima de nuestras capacidades” sino más bien en dar “un testimonio cotidiano”.
“Bienaventurado es el que vive con mansedumbre, el que practica la misericordia allí donde se encuentra, el que mantiene puro su corazón allí donde vive. Para convertirse en bienaventurado no es necesario ser un héroe de vez en cuando, sino un testigo todos los días. El testimonio es el camino para encarnar la sabiduría de Jesús. Así es como se cambia el mundo, no con el poder o con la fuerza, sino con las bienaventuranzas. Porque así lo hizo Jesús, viviendo hasta el final lo que había dicho al principio. Se trata de dar testimonio del amor de Jesús”, señaló el Papa.
En este sentido, el Santo Padre destacó que la paciencia “es la primera característica del amor, porque el amor no se indigna, sino que siempre vuelve a empezar. No se entristece, sino que da nuevas fuerzas; no se desanima, sino que sigue siendo creativo. Ante el mal no se rinde, no se resigna”.
Y agregó “quien ama no se encierra en sí mismo cuando las cosas van mal, sino que responde al mal con el bien, recordando la sabiduría victoriosa de la cruz. El testigo de Dios actúa así, no es pasivo, ni fatalista, no vive a merced de las circunstancias, del instinto y del momento, sino que está siempre esperanzado, porque está cimentado en el amor que siempre disculpa y confía, siempre espera y soporta”.
“Queridos hermanos y hermanas, a veces podemos sentirnos incapaces, inútiles. Pero no hagamos caso, porque Dios quiere hacer maravillas precisamente a través de nuestras debilidades…A Él le encanta comportarse así, y esta tarde, ocho veces nos ha dicho ţūb'ā [bienaventurados], para hacernos entender que con Él lo somos realmente. Claro, pasamos por pruebas, caemos a menudo, pero no debemos olvidar que, con Jesús, somos bienaventurados. Todo lo que el mundo nos quita no es nada comparado con el amor tierno y paciente con que el Señor cumple sus promesas”, concluyó el Papa.
Después de la homilía del Santo Padre la asamblea permaneció un momento en silencio orante, la oración de los fieles fue leída por diferentes personas en varios idiomas.
En el ofertorio el altar fue incensado por el Papa y después un diácono incensó al Pontífice. El Credo fue recitado en árabe y el rito de la paz fue seguido por un canto de paz.
Después de la Consagración, el coro entonó una invocación al Espíritu Santo. Antes de la distribución de la Comunión, se llevó a cabo: un rito penitencial con un canto que concluyó con la oración de absolución pronunciada por el Papa; el rezo del Padrenuestro cantado y otro canto invocando la paz.
Antes de concluir la Misa, el Patriarca de Babilonia de los Caldeos, Cardenal Louis Raphaël Sako, agradeció al Papa de parte de los cristianos y todos los iraquíes “por su valiente visita” que, en su opinión, “alentará a los iraquíes a superar el doloroso pasado, con miras a la reconciliación nacional, la curación de heridas, la cohesión y la cooperación para el crecimiento, la paz y la estabilidad, simplemente porque son hermanos y ciudadanos diferentes de la tierra de Abraham, y por qué Irak es su hogar común”.
“Para nosotros los cristianos, esta visita es una oportunidad para hacer una peregrinación a nuestras primeras raíces, para una conversión y para mantener nuestra identidad iraquí y cristiana” ya que la presencia como cristianos en Irak y en Oriente “no es por casualidad ni por emigrar, sino por un plan divino”, dijo el Cardenal Sako quien agregó “tenemos una vocación y una misión a la que no podemos renunciar a pesar de las dificultades”.
Por último, se llevó a cabo el intercambio de regalos. El Papa regaló un cáliz para esta iglesia y el Patriarca Sako donó al Pontífice una cruz.
Tras la bendición del Papa, la ceremonia concluyó con la canción “Jesus Christ you are my life” -en inglés y árabe-, canción compuesta por Mons. Marco Frisina para la JMJ del año 2000 en Roma.
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