Incluso antes de morir dejó todo por Cristo: renunció a su alta posición social y a sus riquezas: era dueño de extensas propiedades y comandaba vastos ejércitos.
El P. Anton Witwer S.J, el Postulador General de la Compañía de Jesús (jesuitas) explicó anteriormente a ACI Prensa que aunque el samurái Takayama murió en el exilio, su martirio consistió en “morir a causa de los maltratos que sufrió en su patria, por ello el proceso de beatificación es el de un mártir”.
La causa de este Siervo de Dios es una de las otras nueve que van camino a la santidad. Ellos son el Beato Estanislao de Jesús, el Beato José Luis Sánchez del Río, el Beato José Gabriel del Rosario Brochero, el Siervo de Dios Genaro Fueyo Castanon, el Siervo de Dios Arsenio da Trigolo, la Sierva de Dios Maria Luisa del Santissimo Sacramento, el Venerable Francesco Maria Greco, la Venerable Elisabetta Sanna, y el Venerable P. Engelmar Unzeitig.
Según el P. Witwer, la vida de Takayama ejemplifica “la gran fidelidad a la vocación cristiana, perseverando a pesar de todas las dificultades”.
En el año 2013 la Conferencia Episcopal Japonesa había mandado una solicitud de 400 páginas para la beatificación del mártir samurái a la Congregación para las Causas de los Santos. Ahora con este decreto aprobado el proceso para la beatificación avanza.
La vida del samurái
Takayama nació en 1552, tres años después que el misionero jesuita San Francisco Javier introdujera el cristianismo en Japón. Uno de los conversos fue su padre, quien lo bautizó cuando tenía 12 años con el nombre de Justo por el sacerdote jesuita, P. Gaspare di Lella.
Los Takayama eran daimio, miembros de la clase gobernante de los señores feudales que secundaban a los shogun entre la época medieval hasta el inicio de la etapa moderna en Japón. Como daimio poseían varias propiedades y tenían derecho a formar ejércitos y contratar samuráis.
Por ello, los Takayama ayudaban en las actividades misioneras en Japón y eran protectores de los cristianos y de los misioneros jesuitas.
En 1587, cuando el samurái tenía 35 años, el Canciller de Japón, Toyotomi Hideyoshi, inició una persecución contra los cristianos: expulsó a los misioneros y forzó a los católicos japoneses a abandonar la fe.
Mientras que muchos daimio optaron por renunciar al catolicismo, Takayama y su padre optaron por abandonar sus tierras y sus honores para mantener la fe. Muchas personas trataron de convencerlo de renegar de su catolicismo. Sin embargo él se negó y eligió vivir como un cristiano hasta la muerte.
El P. Witwer indicó a ACI Prensa que el samurái "no quería luchar contra otros cristianos. Por lo tanto prefirió una vida pobre, ya que cuando un samurái no obedece a su 'jefe' pierde todo lo que tiene".
"Eligió la pobreza para ser fiel a la vida cristiana y durante años, vivió bajo la protección de amigos aristocráticos, llevando así una vida digna, (…) era un noble, una persona conocida”.
En 1597, el Canciller ordenó la ejecución de 26 católicos japoneses y extranjeros que fueron crucificados el 5 de febrero.
Cuando el shogun Tokugawa prohibió definitivamente el cristianismo en 1614, Takayama fue al exilio y lideró un grupo de 300 católicos japoneses que partieron a las Filipinas. Llegaron en diciembre de ese año y se establecieron en Manila, la capital del país.
En Manila partió a la casa del Padre, debilitado por los estragos de la persecución.
Traducido y adaptado por María Ximena Rondón. Publicado originalmente en CNA.
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— ACI Prensa (@aciprensa) agosto 9, 2015
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