San Julián era hijo único de una noble y rica familia. Tuvo una profunda educación en la religión cristiana. A los 18 años sus padres querían que él se casara con una joven noble llamada Basilisa, pero San Julián había hecho voto de castidad.
Después de mucho ayuno y oración, tuvo una celestial revelación en donde se le comunicó que con su esposa podría guardar la anhelada virginidad. San Julián y Santa Basilisa son arrastrados milagrosamente al amor virginal. El Señor Jesús se les aparece y aprueba sus decisiones de conservarse castos.
Los santos repartieron sus bienes a los pobres y se retiraron a vivir en dos casas a las afueras de la ciudad que convirtieron en monasterios. Con San Julián acuden los varones y con Santa Basilisa van las mujeres. Todos ellos iban donde los esposos para seguir consejos de vivir más cristianamente.
Los hombres nombraron a San Julián como superior y él los dirigió con cariño y prudencia. Era el que más trabajaba, el que más ayudaba y oraba con mucho fervor. Dedicaba muchas horas a la lectura de libros religiosos y a la meditación. Su vida fue un continuo ayuno.
Cuando se trataba de reprender a algún súbdito, lo hacía sin altanería, sin malos modos o delante de los demás. Sino en privado, con frases amables, comprensivas y animadoras. Los monjes se sentían en el desierto mucho más felices que si estuvieran en el más cómodo convento.
San Basilisa, a su vez, era seguida por una multitud de muchachas que se quedaban edificadas con el ejemplo de su virtud. Muchas de ellas abrazaron la vida religiosa y vivieron en paz bajo su dirección.
En aquel tiempo se da la persecución de Diocleciano y Maximiano y encarcelan a Julián junto a los que residían con él en el monasterio. Ante el juez, San Julián proclama: “Dios ayuda a los que son sus amigos, y Cristo Jesús, que es muchísimo más importante y poderoso que el emperador, me dará las fuerzas y el valor para soportar los tormentos”.
San Julián es condenado a muerte, pero antes recibió terribles latigazos. Uno de los verdugos, al retirar rápidamente el fuete, es herido en un ojo por la punta de hierro del látigo. El Santo intercede ante Dios, coloca sus manos sobre el ojo destrozado y se obtiene la curación.
Los verdugos le cortan la cabeza y el joven Celso, hijo del perseguidor Marciano, se convierte al cristianismo al ver la valentía y alegría con la que murió este amigo de Cristo, alrededor del año 304. Santa Basilisa, en cambio, murió tranquilamente, a pesar de también haber sido perseguida.
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