China es un país donde los católicos fieles a Roma son reprimidos por negarse a ingresar a la Iglesia Patriótica, controlada por el gobierno comunista. Arrestos, prohibiciones y multas son algunas de las dificultades por las pasan día a día.
Sin embargo, en medio de esta adversidad, emergen historias de fidelidad heroica, como la del P. Miguel, quién descubrió su vocación a los siete años, luego de que una tía lo acercará a saludar a uno de los dos sacerdotes que en esa época había en todo el país y “que visitaban a los católicos con mucha discreción”.
“Mi tía reconoció a un hombre y me llevó corriendo para saludarle. Aquel hombre era un presbítero. Él me miró fijamente y lo primero que me dijo fue: ‘¿Quieres ser sacerdote?’. Yo descubrí en su mirada que ser cura era algo muy grande y le contesté inmediatamente que sí” dijo el P. Miguel. Luego agregó que “a partir de ese día, me di cuenta de que el Señor me quería para Él”.
Su familia era el único hogar católico en el pueblo donde vivían, pero eso no fue impedimento para vivir la fidelidad. De niño, recuerda el sacerdote, “en mi colegio me presionaban para que dejara la fe”. “¿Cómo voy a dejar mi única alegría, la única cosa que llena mi corazón?”, era lo que se decía el futuro sacerdote en su interior.
El P. Miguel contó que la fe católica en China solo es transmitida a través de las familias, “de padres a hijos, de generación en generación, y así pasó en mi familia. Yo soy católico por pura gracia de Dios”.
Algo que lo ayudó a vivir esta fidelidad fue el testimonio de valentía de su padre, quien a pesar de las “persecuciones en nuestro país, él se mantuvo siempre fiel a Cristo”.
En esa época hubieron momentos en que el gobierno pasaba destruyendo todo material religioso, como “biblias, cruces, iconos, libros”. A pesar de ello, “mi padre guardó una cruz que colgó en la pared de nuestra casa. Esta cruz estaba tapada con su sombrero, y así la mantuvo, aun sabiendo que con ello se arriesgaba mucho. Yo conservo la cruz como un tesoro”.
El sacerdote afirmó que “para nosotros vivir la fe en familia siempre fue muy sencillo. Rezar juntos por la mañana y por la noche, el rosario todos los días, los viernes el Vía Crucis, leer la Biblia y vida de santos, entre otras cosas. La iglesia más cercana se encontraba a diez kilómetros”.
Así, pese a las dificultades, el P. Miguel vive agradecido, pues “el Señor me ha ayudado siempre, desde pequeño, a mantenerme firme en la fe. He aprendido que para Él nada es imposible”. “Por la gracia de Dios soy lo que soy, y no ha sido estéril en mí”, “el Señor me trajo a este mundo para servirle”, afirmó.
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