Se dice que San Calixto era esclavo en las minas y que al recuperar su libertad, se entregó por completo a la fe y a compartirla con sus vecinos.
San Ceferino lo convirtió en su hombre de confianza y le encargó la dirección de las catacumbas, que tienen 4 pisos sobrepuestos y más de 20 kilómetros de corredores.
A la muerte del Papa Ceferino en el 217, fue elegido por el pueblo de Roma como Sumo Pontífice y tuvo que sufrir con paciencia la oposición de un tal Hipólito, que rechazaba el que un pecador pudiera volver a la Iglesia si hacía penitencias y dejaba sus maldades.
Cuando cayó preso por las persecuciones, fue llevado a un calabozo oscuro sin comida. Tiempo después, lo encontraron tranquilo y le preguntaron cómo lograba el no desesperarse. Entonces él les contesto:
"Acostumbré a mi cuerpo a pasar días y semanas sin comer ni beber, y esto por amor a mi amigo Jesucristo, así que ya soy capaz de resistir sin desesperarme".
El jefe romano mandó que lo echaran a un profundo pozo y que la boca del hoyo fuera cubierta con tierra y escombros. Más adelante, allí se alzó la Iglesia de Santa María en Trastevere.
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