Cristopher nos cuestiona

Reflexiones del obispo de San Cristóbal de Las Casas, Mons. Felipe Arizmendi Esquivel

San Cristóbal de las Casas, 03 de junio de 2015 (ZENIT.org) Felipe Arizmendi Esquivel | 7 hits

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En un municipio de Chihuahua, mientras dicen que jugaban al secuestro, cinco menores asesinaron al niño de seis años Cristopher: dos adolescentes de 15 años, dos niñas de 13 y uno de 12. Había salido de su casa, en una colonia popular, para jugar con uno de sus vecinos, un jueves por la tarde. Llegaron los otros cinco y se pusieron a jugar que simulaban un secuestro. Le amarraron las manos, le pusieron una bolsa de plástico, lo medio asfixiaron, cayó herido con una navaja por la espalda, le arrojaron piedras, hicieron un agujero, lo enterraron cerca del cauce de un arroyo, taparon con tierra y maleza, pusieron encima un animal muerto, para disimular el mal olor. Su cadáver fue encontrado hasta el sábado posterior, porque uno de los asesinos declaró lo que habían hecho. Ya están en manos de las autoridades. Estos muchachos acostumbraban reunirse para desmantelar y quemar viviendas abandonadas de la colonia; mataban perros, gatos y gallinas, cortándoles la cabeza, metiéndolos en tinacos de agua, aventándolos a las casas. Aunque esto era reportado a la Policía Municipal, nada se hizo.

Adolescentes y jóvenes, que ni estudian ni trabajan, son alistados por narcotraficantes y los obligan a drogarse, matar, secuestrar, extorsionar, vender droga, quemar camiones y comercios, bloquear carreteras y calles, cometer desmanes.

¿Qué significan estos y otros hechos parecidos? ¿Cómo están sus familias? En muchos casos, son fruto de la desintegración familiar, de uniones superficiales, de alcoholismo en el hogar, de ausencia de padre o de madre, a veces porque tienen que trabajar para subsistir. También tienen que ver los medios informativos, cuando dedican tanto tiempo a estos temas, pues con ello despiertan la imaginación de quienes tienen una personalidad sin cimientos de verdad y de bien. La educación sin valores y sin trascendencia, los expone a contagios de toda índole. En el fondo, está la ausencia de Dios y la falta de una evangelización adecuada, pues si los niños conocieran a Jesús y siguieran sus pasos, no lamentaríamos estos hechos.

PENSAR

Dice el Papa Francisco: “Si uno está íntimamente unido a Jesús, goza de los dones del Espíritu Santo, que –como nos dice San Pablo- son: amor, alegría, paz, magnanimidad, benevolencia, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí (Gál 5,22). Estos son los dones que recibimos si permanecemos unidos a Jesús. Como consecuencia, una persona que está así unida a El, hace mucho bien al prójimo y a la sociedad; es una persona cristiana. En estas actitudes, se reconoce si uno es un auténtico cristiano, como por los frutos se reconoce el árbol. Los frutos de esta unión profunda con Jesús son maravillosos: toda nuestra persona es transformada por la gracia del Espíritu Santo: alma, inteligencia, voluntad, afectos, y también el cuerpo, porque somos unidad de espíritu y cuerpo. Recibimos un nuevo modo de ser. La vida de Cristo se convierte también en la nuestra: podemos pensar como El, actuar como El, ver el mundo y las cosas con los ojos de Jesús. Como consecuencia, podemos amar a nuestros hermanos, comenzando por los más pobres y los que sufren, como hizo El, amarlos con su corazón y llevar así al mundo frutos de bondad, de caridad y de paz” (3-V-2015).

ACTUAR

A los que nada quieren saber de Dios, les decimos que El no es enemigo, sino un Padre que nos ama y quiere sólo nuestro bien. Jesús a nadie hace daño, sino que nos comprende, nos acompaña, nos perdona, nos levanta, dio su vida por nosotros y nos enseña el camino para ser verdaderamente personas. El Espíritu Santo nos ilumina, nos fortalece, nos sostiene en el camino seguro de la felicidad. Si sigues el camino de Jesús, llegarás a ser alguien y a nadie harás daño, sino todo lo contrario.

Esposos, sostengan la unidad familiar y no destruyan sus hogares, abandonando a los hijos. No sean egoístas pensando sólo en su bienestar y en sus derechos. Los hijos también tienen derechos, sobre todo a su presencia, a su amor y a su educación.

No ocultemos el gran tesoro que tenemos en Jesús y en su Evangelio. Ofrezcámoslo por todas partes, como un servicio a la sociedad.