“Vivió en el silencio y en la sencillez evangélica, encontrado en todo, también en los reproches y en las correcciones, un medio para humillarse y para prodigarse en la santidad”. Con esas palabras el Cardenal Marcello Semeraro, Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, proclamó beata a la religiosa italiana Sor Lucia de la Inmaculada en la Catedral de Brescia, Italia.
El Papa Francisco, durante el rezo del Ángelus de este domingo 24 de octubre, dio las gracias por la beatificación de esta religiosa, bautizada con el nombre de Maria Ripamonti, que vivió entre 1909 y 1954.
El Papa se refirió a esta religiosa de la congregación de las Siervas de la Caridad como “mujer mansa y acogedora que falleció en 1954 a los 45 años tras una vida dedicada al servicio del prójimo, incluso cuando la enfermedad se había instalado en su cuerpo, pero no en su espíritu”.
Maria Ripamonti nació el 26 de mayo de 1909 en una familia numerosa de orígenes humildes de la localidad italiana de Acquate, recuerda en una nota biográfica de la Congregación para las Causas de los Santos.
Para ayudar a su familia, en 1918 dejó la escuela y comenzó a trabajar como costurera. Al mismo tiempo, se comprometió con la vida parroquial y el oratorio de Acción Católica.
En 1927 cerró la costurera donde trabajaba y comenzó a trabajar en una fábrica. Poco a poco fue madurando su vocación a la vida consagrada y el 15 de octubre de 1932 ingresó en Brescia en la Congregación de las Siervas de la Caridad.
En 1935 realizó los votos religiosos provisionales y cambió su nombre por el de Sor Lucia de la Inmaculada. El 13 de diciembre de 1938 hizo la profesión perpetua en la Casa Madre, donde permaneció. Tras profundizar en su discernimiento, obtuvo de su director espiritual el permiso para emitir el voto de “víctima para la salvación de los hermanos”.
Sor Lucia se distinguió por la prudencia, la templanza y la obediencia, hasta convertirse en un punto de referencia para las demás religiosas y para los laicos que acudían a ella a confiarle sufrimientos personales.
A todos los que acudían a ella les ofrecía consuelo y asistencia, encomendándose al Señor para encontrar la forma más idónea de cubrir las necesidades materiales y espirituales más urgentes de los necesitados.
También ayudó a los jóvenes sin trabajo a encontrar un empleo, con frecuencia intermediando ante los empresarios. Ofreció la misma disponibilidad a las religiosas más ancianas de la Casa Madre, acompañándolas con amor en sus terapias. Con particular sensibilidad y respeto también ayudaba a las familias indigentes. Falleció de cáncer de hígado el 2 de julio de 1954 en Brescia.
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