Este domingo 3 de octubre fueron beatificadas en Catanzaro (Italia) dos mujeres laicas que sufrieron parálisis durante décadas, ofrecieron su dolor a Dios y, a pesar de todo, confiaron siempre en el Señor: María Antonia Samá y Gaetana “Nuccia” Tolomeo.
La Misa celebrada en la Basílica de la Inmaculada Concepción la presidió el Cardenal Marcello Semeraro, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, y concelebrada por el Arzobispo de Crotone-Santa Severia y Administrador Apostólico de Catanzaro-Squillace, Mons. Angelo Raffaele Panzetta.
El vicepostulador de la causa, P. Pasquale Pitari, comentó sobre las nuevas beatas que “son las primeras en la historia milenaria de la Arquidiócesis”, dos mujeres que sufrieron mucho y que ofrecieron su sufrimiento por la salvación de las almas de sus hermanos.
María Antonia Samà nació el 2 de marzo de 1875 en el sur de Italia, en la localidad de Sant’Andrea Jonio en la provincia de Catanzaro.
A los 22 años sufrió una grave artrosis que ocasionó que se quedara paralizada con las rodillas levantadas y permaneció acostada en esa posición por casi 60 años, ofreciendo al Señor todos sus sufrimientos.
María Antonia vivió todo con los ojos de la fe e invitó a quienes la visitaban a confiar siempre en Dios, en cualquier situación.
Aunque era laica, la gente del pueblo la llamaba “la monja de San Bruno” porque cuando era niña fue curada de una infección por intercesión de San Bruno de Colonia.
Muchos acudían a ella para pedirle consejos y oraciones, y encontraban paz y serenidad. Con ella rezan el Rosario tres veces al día.
Murió el 27 de mayo de 1953 a los 78 años.
El diario de la Conferencia Episcopal Italiana (CEI) Avvenire, señaló que la causa de postulación presentó a la Congregación para la Causa de los Santos las pruebas de una “curación milagrosa” en diciembre de 2004, de una mujer que sufría una “grave forma degenerativa de artrosis en las rodillas” y que le provocaba dolores muy fuertes.
Gaetana Tolomeo, conocida como “Nuccia”, nació el 19 de abril de 1936. Desde que nació tuvo problemas para caminar debido a una enfermedad que entonces era casi desconocida.
El diario Avvenire de los obispos italianos resalta que “ayudada y apoyada por su madre, por las monjas, por los sacerdotes, contemplando el Crucifijo, Nuccia inició un camino de fe que duró toda su vida con momentos de ‘angustia y tristeza’ y, a veces, de desesperación. Cuando era muy joven, durante un viaje a Lourdes escribió: ‘Me ofrecí víctima y recé por la conversión de los pecadores’”.
En la década de 1980 escribió: “Al ver mi vida interrumpida ¡Me preocupaba abandonarme en pensamientos espantosos! En mi abrumadora necesidad de amor y protección, me volví hacia el Crucifijo. Cerca de ti, Jesús, doy gracias al Amor por haberme crucificado por amor”.
Ofreció su inmovilidad física por la santificación de los sacerdotes. Cuando tenía 31 años escribió en una carta a uno que estaba en crisis y le dijo que “todo lo que hago es rezar y ofrecer por ustedes (...). Estoy sentada en una silla de ruedas y me quedaría otros 50 años para ayudar a las almas, para ayudarlos”.
En los últimos tres años de su vida colaboró con Radio María, con dos transmisiones en las que dictaba sus pensamientos y que se llamaban "También hay alegría en el sufrimiento" y "¡El sufrimiento es el triunfo del amor!".
Mucha gente la llamaba o le escribía desde toda Italia. Mantuvo correspondencia con presos hasta su muerte el 24 de enero de 1997. Tenía “na gran capacidad del consuelo porque se convirtió en apóstol del consuelo".
También escribió este texto, dando gracias a Dios por sus sufrimientos:
“¡Gracias por todo, Padre bueno y misericordioso! Te alabo, te bendigo y te agradezco cada gesto de amor recibido, pero sobre todo cada privación sufrida. Quiero agradecerte de manera especial el don de la inmovilidad, que ha sido para mí una verdadera escuela de abandono, de humildad, de paciencia y de gratitud, y ha sido para los amigos de mi Getsemaní, un ejercicio de caridad y de toda otra virtud”.
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