“Llevemos íntegra y con plena semejanza la imagen de nuestro Creador: no imitándolo en su soberanía, que sólo a él corresponde, sino siendo su imagen por nuestra inocencia, simplicidad, mansedumbre, paciencia, humildad, misericordia y concordia”, nos dice San Pedro Crisólogo, Padre y Doctor de la Iglesia, en uno de sus hermosos sermones. La Iglesia recuerda a este santo del s. V cada 30 de julio.
San Pedro Crisólogo nació en Imola, Italia, alrededor del año 400, sin que se haya podido establecer con claridad la fecha exacta de su nacimiento. Estudió ciencias sagradas y fue formado por Cornelio, Obispo de Imola, quien le ayudó a comprender que la verdadera grandeza radica en el dominio de uno mismo y de las pasiones propias porque en ese esfuerzo somos capaces de acercarnos y alcanzar el espíritu de Cristo. También fue Cornelio quien lo ordenó diácono.
De acuerdo a una tradición muy antigua, a la muerte del Arzobispo de Rávena, el clero y el pueblo eligieron a su sucesor. Luego, pidieron al Obispo Cornelio que encabece la comitiva que habría de presentar el nombre del elegido al Papa San Sixto III en la ciudad de Roma, a la espera que este confirme al sucesor. Pedro -quien no era el candidato elegido- formaba parte de la comitiva del Obispo.
La noche previa al recibimiento de la comitiva, el Pontífice tuvo una visión en sueños de San Pedro Apóstol y San Apolinar, primer Obispo de Rávena, quienes le ordenaron que no confirmara a quien le fuese propuesto por la comitiva.
Siguiendo las instrucciones venidas del Cielo, el Santo Padre no aceptó a quien había sido elegido, y en su lugar propuso nada menos que a uno de los integrantes del grupo llegado de Rávena: Pedro, quien ya destacaba por su buen talante y elocuencia. El Papa, acto seguido, ordenó los arreglos pertinentes para su consagración. Una vez consagrado obispo, Pedro Crisólogo se trasladó de vuelta a Rávena, donde sería recibido con cierta frialdad.
Sin embargo, con el tiempo, los fieles encontraron en Pedro a un magnífico pastor. Su sencillez, cercanía y claridad para el discurso le valieron éxitos en la lucha contra las formas de paganismo presentes en su grey y corregir los abusos o desviaciones de la sana doctrina. San Pedro era de los que sabía escuchar con igual atención y caridad a humildes y poderosos; y siempre tenía una palabra precisa para todos. Nada de esto fue tarea fácil, todo lo contrario, pero su amor a la Eucaristía y su capacidad para alentar al pueblo a acercarse a Dios en la oración y los sacramentos -entre otras enseñanzas y buenos ejemplos, plasmados en sus sermones- hicieron que la gente empiece a llamarlo “Crisólogo” (“palabra de oro”). Pedro se había convertido en el “hombre de las palabras de oro”.
Al final de sus días, San Pedro Crisólogo retornó a Imola, donde murió el 31 de julio del año 451 (otras versiones señalan como fecha de su tránsito el 3 de diciembre del 450). Fue declarado Doctor de la Iglesia en 1729 por el Papa Benedicto XIII.
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