Santa Juana de Arco nació en 1412 en Domrémy (actual Francia). Nunca aprendió a leer y escribir, pero recibía con frecuencia los sacramentos, atendía a los enfermos y era bondadosa con los peregrinos. En el pueblo todos la querían.
Por ese entonces Inglaterra invadió Francia. Las ciudades cayeron una tras otra y Carlos VII, o el “Delfín” francés, consideraba que todo estaba perdido.
Santa Juana a sus catorce años empieza a tener experiencias místicas y se le aparecen San Miguel Arcángel, Santa Catalina y Santa Margarita. Se le encomendó salvar Francia y fue enviada a hablar con Carlos VII.
Después de una serie de obstáculos, logró tener audiencia. El “Delfín” se disfrazó para desconcertar a la Santa, pero ella lo ubicó rápidamente. Más adelante Santa Juana partió con una expedición para salvar la ciudad de Orleáns portando un estandarte con los nombres de Jesús y de María y una imagen del Padre Eterno.
Después de arduos enfrentamientos, la ciudad fue recuperada y posteriormente se realizó la coronación de Carlos VII. Así Santa Juana terminó lo que se le había confiado y su carrera de triunfos militares.
Más adelante, ella siguió luchando, pero sin victorias, tuvo problemas en la realeza y fue apresada en el campo de batalla por los borgoñones, quienes la vendieron a los ingleses. Es acusada de hechicería y herejía y después de un juicio donde no tuvo defensa, se determinó que sus revelaciones habían sido diabólicas. La Universidad de París la acusó en términos violentos.
Santa Juana de Arco es entregada al ámbito secular como hereje renegada y llevada a la plaza del mercado de Rouen, donde fue quemada viva, mientras gritaba el nombre de Jesús y miraba a una cruz. Partió a la Casa del Padre el 30 de mayo de 1431 y con 19 años.
El Papa Calixto III nombró una comisión para que se examine de nuevo el caso y se “rehabilitó” plenamente a Juana de Arco. En 1920 fue canonizada por Benedicto XV.
Santa Juana fue una figura extraordinaria, su espada jamás se tiñó de sangre, nunca mató a nadie y durante las batallas se mantuvo orando sostenida de su estandarte. Siempre se sintió orgullosa de su virginidad.
Su firmeza en la Fe y la Iglesia hizo que la Universidad de París, que se arrogaba derecho de control sobre los asuntos pontificios y cuyos miembros apoyaron al último antipapa Félix V, se viera desacreditada por su participación en el proceso contra la Santa.
Asimismo, la separación de los reinos de Francia e Inglaterra preservó a Francia del cisma de Enrique VIII, junto con su iglesia anglicana, que se produjo tiempo después.
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