El Papa Francisco clausuró el Encuentro Mundial de las Familias con una Misa multitudinaria en el Parque Fénix de Dublín en la que explicó cómo superar posibles resistencias a la enseñanza de Jesús.
El Santo Padre señaló que “si somos honestos con nosotros mismos, también nosotros podemos encontrar duras las enseñanzas de Jesús”.
“Qué difícil es perdonar siempre a quienes nos hieren. Qué desafiante es acoger siempre al emigrante y al extranjero. Qué doloroso es soportar la desilusión, el rechazo o la traición. Qué incómodo es proteger los derechos de los más frágiles, de los que aún no han nacido o de los más ancianos, que parece que obstaculizan nuestro sentido de libertad”, señaló.
Sin embargo, “es justamente en esas circunstancias en las que el Señor nos pregunta: ‘¿También vosotros os queréis marchar?’”, como preguntó a los discípulos. “Con la fuerza del Espíritu que nos anima y con el Señor siempre a nuestro lado, podemos responder: ‘Nosotros creemos y sabemos que Tú eres el Santo de Dios’. Con el pueblo de Israel, podemos repetir: ‘También nosotros serviremos al Señor, ¡porque Él es nuestro Dios!’”.
En su homilía, el Pontífice subrayó la inmensa necesidad que el mundo actual tiene de la promesa del don del Espíritu Santo realizada por Jesús.
“Cuánta necesidad tiene el mundo de este aliento que es don y promesa de Dios. Como uno de los frutos de esta celebración de la vida familiar, que podáis regresar a vuestros hogares y convertiros en fuente de ánimo para los demás”, enfatizó.
En este sentido, afirmó que “vivir en el amor, como Cristo nos ha amado, supone la imitación de su propio sacrificio, implica morir a nosotros mismos para renacer a un amor más grande y duradero”.
“Solo ese amor –continuó– puede salvar el mundo de la esclavitud del pecado, del egoísmo, de la codicia y de la indiferencia hacia las necesidades de los menos afortunados”.
“Este es el amor que hemos conocido en Jesucristo, que se ha encarnado en nuestro mundo por medio de una familia y que a través del testimonio de las familias cristianas tiene el poder, en cada generación, de derribar las barreras para reconciliar al mundo con Dios y hacer de nosotros lo que desde siempre estamos destinados a ser: una única familia humana que vive junta en la justicia, la santidad y la paz”.
El Papa Francisco puso de ejemplo al misionero irlandés San Columbano, y su importante misión evangelizadora durante la Edad Media europea: “Pienso en san Columbano, que con su pequeño grupo de compañeros llevó la luz del Evangelio a las tierras europeas en una época de oscuridad y decadencia cultural”.
“Su extraordinario éxito misionero no estaba basado en métodos tácticos o planes estratégicos, sino en una humilde y liberadora docilidad a las inspiraciones del Espíritu Santo. Su testimonio cotidiano de fidelidad a Cristo y entre ellos fue lo que conquistó los corazones que deseaban ardientemente una palabra de gracia y lo que contribuyó al nacimiento de la cultura europea”, aseguró.
“Ese testimonio permanece como una fuente perenne de renovación espiritual y misionera para el pueblo santo y fiel de Dios”.
Finalmente, subrayó que “la tarea de dar testimonio de la Buena Noticia no es fácil. Sin embargo, los desafíos que los cristianos de hoy tienen delante no son, a su manera, más difíciles de los que debieron afrontar los primeros misioneros irlandeses”.
“Pero, como San Columbano y sus compañeros, que afrontaron aguas congeladas y mares tempestuosos para seguir a Jesús, no nos dejemos influenciar o desanimar jamás ante la mirada fría de la indiferencia o los vientos borrascosos de la hostilidad”, concluyó.
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