Una joven sobreviviente de abusos sexuales a manos de un sacerdote mexicano alienta a laicos y sacerdotes a acoger con misericordia, escucha y apertura a las víctimas que denuncian casos, tal como lo haría Jesucristo.
Érika Zúñiga tiene hoy 29 años y sufrió los abusos de un sacerdote aproximadamente desde los 7 a los 14 años. Hoy se considera ya no una víctima sino una sobreviviente y, mediante su testimonio, se empeña en ayudar a otras personas que han pasado por una situación similar tras haberse capacitado en el Centro de Investigación y Formación Interdisciplinar para la protección del menor (CEPROME), de la Universidad Pontificia de México.
En diálogo con ACI Prensa, Érika recuerda que no fue hasta sus 17 años, en 2009, que tomó conciencia de lo que había sufrido.
La primera persona a quien decidió contarle lo que había sucedido fue su madre. “Algo que me ayudó mucho es que mi mamá jamás dudó de mí. En cuanto yo le dije lo que pasó, ella se rompió en llanto y me dijo que todo iba a estar bien. Nunca me cuestionó ‘¿estás segura? o, ¿no te estás confundiendo?’”.
“En cuanto yo le dije, ella lo creyó. Eso fue algo que a mí me ayudó bastante. Sin embargo, no fue la misma respuesta la que obtuve de parte del obispo de mi diócesis quien fue la persona a la que recurrí para pedir ayuda”, recuerda.
La revictimización a manos de un obispo
Cuando junto a su madre lleva el caso ante el obispo de su diócesis, Érika señala: “En ningún momento vi interés hacia mi persona. Dijo que supuestamente se tenían que recibir tres casos de abusos cometidos por el mismo sacerdote para poder actuar. Cosa que no era real, no existía esto en ningún código de derecho canónico”.
Pero otra frase tendría un impacto aún más doloroso para Érika. “Él citó una parte del Evangelio en donde dice que debía ser astuta como las serpientes, pero suave como las palomas. La verdad, no entendía a qué se refería. Y cuando pregunté, me dijo que porque yo era muy bella y tenía que tener cuidado”, recuerda.
“Cuando me dice eso yo lo que siento es vergüenza, porque pienso ‘entonces yo tengo la culpa’. Y fue el inicio de un proceso de revictimización bastante duro”, añade.
Ese decepcionante encuentro con su obispo la llevó a prometerse que jamás volvería a buscar apoyo de parte de la Iglesia. “Prometí buscar por mí misma estar bien, buscar terapia psicológica, buscar la forma de salir adelante”.
No sería hasta que viajó en 2014 a Roma, con ocasión de la canonización de Juan Pablo II y Juan XXIII, que se le presentaría la oportunidad de encontrar justicia en el seno de la Iglesia.
En ese viaje, sin esperarlo ni buscarlo, conoció a un sacerdote que trabajaba en la Congregación para la Doctrina de la Fe de la Santa Sede. “Él me abrió las puertas para que yo pudiera exponer mi caso”, señala.
Tras esa acogida, asegura, “sentí bastante esperanza, pensé que cuando se cerraba una puerta se abrían otras”.
“Y creo que este es un mensaje importante que quiero transmitir a otras posibles sobrevivientes que han pasado por lo mismo: siempre hay otras puertas que se abren y que Dios, en su generosidad y en su misericordia, va buscando la manera de acompañarte”, expresa.
El proceso impulsado desde el Vaticano culminó con la dimisión del estado clerical del sacerdote acusado de abuso, pero la revictimización no acabaría. “A raíz de la dimisión, el obispo empieza a decir a los sacerdotes que él (el sacerdote abusador) se retiraba porque estaba enfermo, incluso me tocó asistir a distintas Misas en dónde pedían por su salud física”, indica.
Érika recuerda que “escuchar esto me hacía sentir otro golpe, porque yo sabía que era importante que se supiera la verdad, ya que, aunque él ya no es sacerdote, sigue como civil y uno de mis propósitos de continuar con este proceso era evitar que existieran futuras víctimas, ya no más”.
“Sacerdotes y religiosas que fueron el otro lado de la moneda”
A pesar de lo que ha sufrido, Érika no se ha alejado de la Iglesia Católica ni considera que todos los sacerdotes sean abusadores.
“Estoy en contacto con sacerdotes y religiosas que han sido el otro lado de la moneda, que son para mí siempre un apoyo, una guía. Son para mí personas que están ahí, que me demuestran su cariño genuino”, asegura.
Para ella resulta importante “ver que dentro de la Iglesia no hay solamente sacerdotes que se equivocan y dañan, sino que también hay sacerdotes que han sabido acompañarme”.
Un mensaje a los sacerdotes
Érika expresa que le gustaría invitar a los sacerdotes a que tengan “primero que nada una actitud de empatía, de escucha y misericordia ante la persona que ha sufrido abuso, tratar sobre todo de no juzgar a la persona que está al frente y tratar los casos de manera particular”, alienta.
“Piensen siempre cómo sería Cristo si llega una persona sufriente y doliente. Cómo respondería Él, qué haría, cómo los acogería, en qué se interesaría”, continúa.
A los laicos: No endiosar a los sacerdotes
Al reflexionar sobre el papel que deben tener los laicos frente a las víctimas de abusos a manos de sacerdotes, Érika lamenta que “hay muchas personas que no quieren escuchar, que no quieren darse cuenta que esto es una realidad. Nosotros, como laicos, como Iglesia, hemos cometido el error de endiosar a los sacerdotes, no verlos como humanos y ponerlos por encima de nosotros mismos”.
“Creo que debe de haber una formación progresiva, que ayude a los laicos a ir aceptando estos temas. Veo que hay una resistencia bastante dura, bastante fuerte y muy notoria tanto en clérigos, como en laicos, hacia el tema”, señala.
“El punto clave por lo pronto es iniciar por tener apertura en el tema. Afortunadamente se ha avanzado y ya hay documentos, literatura, instituciones, centros de formación y comisiones para la protección del menor, que nos ayudan a entender un poco más sobre el tema. Sabemos que muchas familias están sufriendo y nosotros como familia Cristiana debemos acoger, tener apertura y sensibilidad hacia el sufrimiento de otros, interesarnos y no verlo como algo ajeno, se puede hacer mucho, empezando por la oración”, indica.
A los sobrevivientes de abusos: “Hay esperanza”
La joven sobreviviente de abuso sexual manifestó también un mensaje para las víctimas que sufren como ella: “hay esperanza”.
“Pienso que nunca va a ser suficiente para tener un proceso finalizado. Yo sigo en la lucha, es un día a día, pero Cristo ha sufrido conmigo, ha sentido y vivido mi dolor desde su propia flagelación, y también goza a cada paso que doy en mi camino de restauración. Dios es amor y misericordia, y tengo la certeza absoluta de que él, en ningún momento ha querido este sufrimiento para mí”, asegura.
Érika también subraya que el haber sufrido un abuso sexual “es algo con lo que luchas diario pero no es algo que te define. No somos producto de un abuso, somos personas que estamos sufriendo nuestra historia y que estamos tratando de darle sentido a nuestra vida, aceptando esa historia”.
“Lo que les quisiera decir es que busquen siempre la justicia, que busquen siempre puertas abiertas. Porque siempre que se cierra alguna hay otras que se abren. Que traten siempre de tener su mirada puesta en su bienestar y en el de las otras posibles víctimas que pueden estar alrededor del agresor. No están solos, aunque aún hay mucho que purificar, hay una Iglesia reformándose para atender a su dolor, yo misma lo he experimentado”.
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