En el siglo XVII, en Lima (Perú), un hombre pintó en una pared la imagen de Cristo crucificado. Posteriormente, en 1655, un terremoto sacudió la ciudad derrumbando muchos edificios, pero el muro de adobe, donde estaba la imagen permaneció en pie.
Años después, Antonio de León de la Parroquia de San Sebastián encontraría la imagen y comenzaría a venerarla. El devoto fue curado de un tumor maligno, que le producía terribles dolores de cabeza, cuando se lo pidió a Cristo ante su imagen. Él se volvió un gran propagador de la devoción y el lugar se convirtió en espacio de oración, donde más adelante se inició el Monasterio de las Madres Nazarenas Carmelitas Descalzas.
El amor por el “Cristo moreno” ha llegado hasta nuestros días y se le rinde culto en varios países del mundo.
En una carta enviada por San Juan Pablo II al Cardenal Juan Luis Cipriani, Arzobispo de Lima, en el 2001, con motivo de los 350 años de la venerada imagen, decía:
“Ruego al Señor de los Milagros que proteja a los limeños, convierta a quienes llevan a hombros su imagen en portadores de Cristo también con su fe y su testimonio de vida intachable, transforme en verdaderos imitadores de Jesús a quienes visten la túnica nazarena y derrame su gracia sobre cuantos le invocan con devoción”.
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— ACI Prensa (@aciprensa) octubre 27, 2015
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