El Papa Francisco participó en un encuentro ecuménico e interreligioso con jóvenes en Skopje, capital de Macedonia del Norte y ciudad natal de la Madre Teresa.
Al final del encuentro en el que hubo cantos, bailes y testimonios, el Santo Padre respondió a algunas preguntas de jóvenes y los animó a ser “artesanos de sueños y esperanza”.
“Piensen en Madre Teresa. Cuando vivía aquí no se imaginaba cómo sería su vida, pero no dejó de soñar y de esforzarse por descubrir siempre el rostro de su gran amor, Jesús, en todos aquellos que estaban al borde del camino. Ella soñó a lo grande y por eso también amó a lo grande”, dijo el Papa.
Por ello, el Pontífice afirmó que “cada uno de ustedes, al igual que Madre Teresa, está llamado a trabajar con sus propias manos, a tomar la vida en serio, para hacer algo hermoso con ella. No permitamos que nos roben los sueños”, afirmó.
A continuación, el texto completo del discurso del Santo Padre:
Queridos amigos:
Siempre es un motivo de alegría y esperanza poder tener estos encuentros. Gracias por haberlo hecho posible y haberme regalado esta oportunidad. Gracias de corazón por su danza y sus preguntas. Las recibí y las conocía, y preparé algunos puntos para este encuentro.
Comienzo por la última -como dijo el Señor, los últimos serán los primeros-. Liridona, después de compartirnos lo que anhelabas me preguntabas: «¿Sueño demasiado?». Una muy linda pregunta que me gustaría que respondiéramos juntos. Para ustedes, ¿Liridona sueña mucho?
Quisiera decirles: nunca se sueña demasiado. Uno de los principales problemas de la actualidad y de tantos jóvenes es que han perdido la capacidad de soñar. Ni mucho ni poco, no sueñan; y cuando una persona no sueña, cuando un joven no sueña, ese espacio es ocupado por el lamento y la resignación. «Esto lo dejamos para aquellos que siguen a la “diosa lamentación” [...]. Es un engaño: te hace tomar la senda equivocada. Cuando todo parece paralizado y estancado, cuando los problemas personales nos inquietan, los malestares sociales no encuentran las debidas respuestas, no es bueno darse por vencido» (Exhort. apost. postsin. Christus vivit, 141).
Por eso, querida Liridona, queridos amigos, nunca, pero nunca, se sueña mucho. Traten de pensar en sus sueños más grandes, como el de Liridona -¿Lo recuerdan?-: dar esperanza a un mundo cansado, junto con los demás, cristianos y musulmanes. Sin lugar a dudas, un sueño muy hermoso. Ella no pensó en cosas pequeñas, “rastreras” sino que soñó en grande. Y ustedes jóvenes deben soñar en grande.
Hace unos meses, con un amigo, el Gran Imán de Al-Azhar Ahmad Al-Tayyeb, también tuvimos un sueño muy parecido al tuyo que nos llevó a querer comprometernos y firmar juntos un documento que dice que la fe nos tiene que mover a los creyentes a ver en los otros a un hermano que debemos sostener y amar, y no dejarnos manipular por intereses mezquinos. No hay edad para soñar... Sueñen, y sueñen a lo grande.
Y eso me hace pensar en lo que nos decía Bozanka: que a ustedes los jóvenes les gustan las aventuras. Y me alegra que así sea, porque es la manera más hermosa de ser joven: vivir una aventura, una buena aventura. El joven no tiene miedo a hacer de su vida una buena aventura. Y les pregunto: ¿Qué aventura requiere más valor que ese sueño que nos compartió Liridona: el de darle esperanza a un mundo cansado?
El mundo está cansado, el mundo está dividido y parece que es rentable dividirlo y dividirnos aún más; con cuánta fuerza pueden resonar las palabras del Señor: «Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios» (Mt 5,9). ¿Qué adrenalina mayor que la de empeñarse todos los días, con dedicación, en ser artesanos de sueños, artesanos de esperanza? Los sueños nos ayudan a mantener viva la certeza de saber que otro mundo es posible y que estamos invitados a involucrarnos y formar parte de él con nuestro trabajo, con nuestro compromiso y acción.
En este país hay una hermosa tradición, la de los artesanos escultores, hábiles en tallar y trabajar la piedra. Es necesario ser como esos artistas y convertirnos en buenos escultores de los propios sueños. Un escultor toma la piedra en sus manos y lentamente comienza a darle forma y a transformarla, con dedicación y esfuerzo, y sobre todo con muchas ganas de ver cómo esa piedra, por la que nadie daría nada, se convierte en una hermosa obra de arte.
«Los sueños más bellos se conquistan con esperanza, paciencia y empeño, renunciando a las prisas. Al mismo tiempo, no hay que detenerse por inseguridad, no hay que tener miedo de apostar y de cometer errores. Sí hay que tener miedo a vivir paralizados, como muertos en vida, convertidos en seres que no viven porque no quieren arriesgar, y un joven que no arriesga está muerto, porque no perseveran en sus empeños o porque tienen temor a equivocarse. Aún si te equivocas siempre podrás levantar la cabeza y volver a empezar, porque nadie tiene derecho a robarte la esperanza» (Exhort. apost. postsin. Christus vivit, 142).
Queridos jóvenes: No tengan miedo de volverse artesanos de sueños y artesanos de esperanza. ¿De acuerdo? «Es verdad que nosotros miembros de la Iglesia no tenemos que ser “bichos raros”. Todos tienen que sentirnos hermanos y cercanos, como los Apóstoles, que “gozaban de la simpatía de todo el pueblo” (Hch 2,47; cf. 4,21.33; 5,13). Pero al mismo tiempo tenemos que atrevernos a ser distintos, a mostrar otros sueños que este mundo no ofrece, a testimoniar la belleza de la generosidad, del servicio, de la pureza, de la fortaleza, del perdón, de la fidelidad a la propia vocación, de la oración, de la lucha por la justicia y el bien común, del amor a los pobres, de la amistad social» (ibíd., 36).
Piensen en Madre Teresa. Cuando vivía aquí no se imaginaba cómo sería su vida, pero no dejó de soñar y de esforzarse por descubrir siempre el rostro de su gran amor, que era Jesús, descubrirlo en todos aquellos que estaban al borde del camino. Ella soñó a lo grande y por eso también amó a lo grande. Tenía los pies bien plantados aquí, en su tierra, pero no estaba con los brazos cruzados. Quería ser “un lápiz en las manos de Dios”. Ese fue su sueño artesanal. Lo ofreció a Dios, creyó, sufrió, no renunció nunca. Y Dios comenzó a escribir páginas inéditas y asombrosas con ese lápiz páginas inéditas, estupendas, una joven de su pueblo, una mujer de su pueblo, soñando, ha escrito cosas grandes, Dios las ha escrito, ella lo ha soñado y se ha dejado conducir por Dios.
Cada uno de ustedes, al igual que Madre Teresa, está llamado a trabajar con sus propias manos, a tomar la vida en serio, para hacer algo hermoso con ella. No permitamos que nos roben los sueños (cf. ibíd., 17), no, estén atentos, no nos perdamos la novedad que el Señor nos quiere regalar. Encontrarán muchos imprevistos, muchos, pero es importante que los afronten y busquen con creatividad transformarlos en una oportunidad. Pero, nunca solos, nadie puede pelear solo. Como lo compartieron Dragan y Marija: “Nuestra comunión nos da la fuerza para afrontar los desafíos de la sociedad actual”.
He ahí un hermoso secreto para soñar y hacer de nuestra vida una hermosa aventura. Nadie puede pelear la vida aisladamente, no se puede vivir la fe, los sueños sin comunidad, solo en su corazón o en casa, encerrado o aislado entre cuatro paredes, se necesita una comunidad que nos sostenga, que nos ayude y en la que nos ayudemos unos a otros a mirar hacia delante. ¡Qué importante es soñar juntos! Como hacen hoy aquí, todos unidos, sin barreras. Por favor, sueñen juntos, no solos; con los demás, nunca contra los demás. Soñar con los demás, no en contra de los demás. Solos se corre el riesgo de tener espejismos, en los que ves lo que no hay; los sueños se construyen juntos.
¡Es bueno el traductor! Ahora, hace pocos minutos vimos a unos niños jugando aquí, querían jugar y jugar juntos y no fueron a jugar en la pantalla del ordenador, querían jugar concretamente, los vimos, eran felices, porque soñaban en jugar juntos, el uno, con el otro, ¿han visto?
Dragan y Marija nos decían lo difícil que resulta esto cuando todo parece aislarnos y privarnos de la oportunidad de encontrarnos. En los años que tengo -y no son pocos-, ¿Saben cuál es la mejor lección que he visto y conocido a lo largo de mi vida? El “cara a cara”. Hemos entrado en la era de las conexiones, pero poco sabemos de comunicaciones. Demasiados contactos. Muy conectados y poco involucrados los unos con los otros. Porque involucrarse pide la vida, exige estar y compartir momentos buenos... y no tan buenos.
En el Sínodo dedicado a los jóvenes, que tuvimos el año pasado, pudimos vivir la experiencia de encontrarnos cara a cara, jóvenes y no tan jóvenes, y escucharnos, soñar juntos, mirar hacia delante con esperanza y gratitud. Ese fue el mejor antídoto contra la desesperanza y la manipulación, contra la cultura de lo instantáneo y de los falsos profetas que sólo anuncian calamidades y destrucción: escuchar y escucharnos.
Y ahora, permitirme que les diga algo que llevo muy en el corazón, regálense la oportunidad de compartir y disfrutar un buen “cara a cara” con todos, pero especialmente con sus abuelos, con los mayores de su comunidad. Alguno quizás ya me lo ha escuchado decir, pero creo que es un antídoto contra todos aquellos que quieren encerraros en el presente, ahogándolos y asfixiándolos con presiones y exigencias de una supuesta felicidad, donde parece que el mundo se acaba y hay que hacerlo y vivirlo todo ya. Esto genera con el tiempo mucha ansiedad, insatisfacción y resignación. Para un corazón enfermo de resignación, ningún remedio es mejor que escuchar las vivencias de los ancianos.
Amigos, dediquen tiempo a sus ancianos, a sus mayores, escuchen sus largas narraciones, que a veces parecen fantasiosas, pero que, en realidad, están llenas de experiencias valiosas, de símbolos elocuentes y sabiduría oculta que hay que descubrir y valorar. Son narraciones que requieren tiempo (cf. Exhort. apost. postsin. Christus vivit, 195).
No olvidemos el dicho que un enano puede ver más lejos desde los hombros de un gigante. Así tendrán una visión como nunca la habían tenido. Entren en la sabiduría de su pueblo, de su gente, sin vergüenza ni complejos, y encontrarán una fuente de creatividad insospechada que lo llenará todo, les permitirá ver caminos donde otros ven murallas, posibilidades donde otros ven peligro, resurrección donde muchos solo anuncian muerte.
Por eso, queridos jóvenes, les digo que hablen con sus abuelos, con los ancianos, ellos son la raíz de su historia, la raíz de su pueblo, la raíz de sus familias. Deben adherirse a las raíces. Si un árbol se le podan las raíces ese árbol muere, si a ustedes jóvenes les quitan sus raíces, su historia, ustedes morirán, vivirán sin fruto, su patria no podrá fruto porque se separaron de sus raíces… Tengan cuidado con las colonizaciones ideológicas… ¿Qué tienen que hacer? Discernir… para no engarñarnos es importante hablar con los ancianos que les recordarán las raíces de su pueblo. Hablar con los ancianos para crecer. Hablar con nuestra historia para llevarla más adelante todavía. Hablar con nuestras raíces para dar flores y frutos.
Ahora, tengo que terminar porque el tiempo pasa. Pero les confieso algo. Al inicio de este encuentro con ustedes, mi atención ha sido atraída de una situación. Miraba esta mujer adelante, espera un bebé. Algunos de ustedes piensa: pobre mujer cómo tendrá que trabajar. ¿Alguien piensa eso? ¿Ninguno pensará que pasará noches sin dormir? Es bebe es una promesa. Esta mujer se arriesgo, va hacia adelante, mira hacia adelante, ella se siente con fuerza de las raíces para llevar adelante su pueblo. Y terminamos todos con un aplauso a todas las mujeres valientes que llevan adelante el pueblo. Gracias al traductor que ha sido muy bueno.
Al terminar, oremos juntos esta oración de Madre Teresa, para que esta certeza se grabe en nuestros corazones y podamos hacerla vida nuestra. Señor, ¿quieres mis manos para ayudar hoy a los pobres y enfermos que lo necesitan? Señor, hoy te ofrezco mis manos. Señor, ¿quieres mis pies para que me lleven hoy a quienes necesitan un amigo? Señor, hoy te ofrezco mis pies. Señor, ¿quieres mi voz para que hable hoy con los que necesitan tu palabra de amor? Señor, hoy te ofrezco mi voz. Señor, ¿quieres mi corazón para que ame a todos, sin excepción? Señor, hoy te ofrezco mi corazón.
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