La fuerza del Espíritu
Domingo de Pentecostés
San Cristóbal de las Casas, 21 de mayo de 2015 (ZENIT.org) Mons. Enrique Díaz Diaz | 0 hits
Hechos 2, 1-11: “Todos quedaron llenos del Espíritu y empezaron a hablar”.
Salmo 103: “Envía, Señor, tu Espíritu a renovar la tierra. Aleluya”.
I Corintios 12, 3-7. 12-13: “Hemos sido bautizados en un mismo Espíritu para formar un solo cuerpo”.
San Juan 20, 19-23: “Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo: reciban el Espíritu Santo”.
“Parece una muñeca de trapo. Nos dijeron los doctores que es una enfermedad muy rara y que a pocas personas les ha dado. Pero nuestra hija se está muriendo y no podemos hacer nada… la cuidamos, la atendemos pero no se mejora nada. Sus huesos no la aguantan. No se puede levantar, no se sostiene… parece de trapo, como si no tuviera espíritu”. Los padres de la chica con dolor contemplan a su niña adolescente tirada en su catre en medio de la pobreza y la desolación, y resuenan sus palabras: “No se sostiene… como si fuera de trapo”. El Papa Francisco ha hablado de cristianos que parecerían de trapo y no se sostienen como si no tuvieran espíritu: “Cuando se dice que algo tiene «espíritu», esto suele indicar unos móviles interiores que impulsan, motivan, alientan y dan sentido a la acción personal y comunitaria. ¡Cómo quisiera encontrar las palabras para alentar una etapa evangelizadora más fervorosa, alegre, generosa, audaz, llena de amor hasta el fin y de vida contagiosa! Pero sé que ninguna motivación será suficiente si no arde en los corazones el fuego del Espíritu”.
Truenos, vientos fuertes, llamas de fuego, entusiasmo y dinamismo son las señales que emplea San Lucas para indicarnos esa fuerza incontenible del Espíritu que irrumpe en el corazón y en la vida de los Apóstoles. Pentecostés es el cumplimiento de las promesas, es la claridad de la nueva vida, es irrupción de una nueva fuerza que sacude, clarifica y da nuevos impulsos. Pentecostés es novedad que sacude las conciencias, que disipa los miedos, que lanza a la aventura con el corazón henchido de amor. Muchos son los signos con los que la Escritura ha buscado describir esta fuerza del Espíritu y cada uno de estos signos encierra una gran enseñanza y nos habla, aunque parcialmente, de su actividad: el fuego, el viento y el rocío; el agua o la lluvia, la paloma y la nube, la lengua que todos entienden. Pero el Espíritu es mucho más y no puede ser encerrado en lo que es un símbolo para representarlo. Quizás en diferentes etapas de nuestra vida y en diversas circunstancias nos llama más la atención una figura en especial. En estos días me he estado preguntando por qué se aparecerá con frecuencia bajo el signo del viento.
Quizás para nosotros la palabra “espíritu” no suene tan dinámica y tan llena de vida porque más bien tiene como un sentido metafísico, designando “un ser no material”. Pero ya desde el Antiguo Testamento la palabra que se usa en hebreo para designarlo, “ruaj”, tiene más el significado de “aliento de vida”, y de un modo especial su manifestación en la respiración, el hálito, el resuello, que manifiesta toda esa vitalidad interior que tiene una persona. Viento, vendaval, brisa, aire, aura, son expresiones que se quedan cortas cuando queremos expresar todo lo que es el Espíritu. Es una fuerza que arrastra, palpable y evidente, aunque los ojos no puedan ver más que sus efectos. Es el “soplo” de Dios, su propio aliento, que infundido en la figura de barro la transforma en una persona a su imagen y semejanza. Es el viento poderoso que hace surgir a los jueces y los profetas. Es la brisa suave y silenciosa que manifiesta la presencia de Dios.
La fuerza del Espíritu es el viento que sopla en Jesús, que se ve impulsado, “ungido por el Espíritu”, para realizar su misión: anunciar Buena Nueva, proclamar liberación, abrir los ojos y anunciar un año de gracia. Jesús es el hombre arrastrado por el Espíritu. Y en este día también se nos presentan los discípulos, aquella pequeña y desamparada comunidad, que sienten el mismo viento de Jesús. Viento poderoso capaz de hacerles cambiar de vida, de mentalidad y de religión. Los que antes estaban asustados, apocados y escondidos que no pensaban más que en escapar de una muerte semejante a la de su Maestro, ahora se transforman en audaces misioneros capaces de enfrentarse al Sanedrín, de abrir fronteras, de expresarse en nuevos lenguajes, de dejar la seguridad del Cenáculo para explorar nuevos espacios donde resuene la Buena Nueva. En el pasaje evangélico, con el “soplo” de Jesús y las palabras de envío, reciben la misma misión de Jesús, con todos sus compromisos y obligaciones, con todas sus manifestaciones, una de las cuales será el perdón y la reconciliación.
A veces como cristianos damos la impresión de ser una barca que no quiere que la toque el viento y que permanece inmóvil, con apariencia de ser fiel, que no se deja impulsar, que no despliega sus velas porque tiene miedo a descubrir nuevos horizontes. No son los grandes vientos los que más nos amenazan, sino la pasividad, la calma chicha, lo cotidiano, lo cómodo y la indiferencia. Permanecemos como aguas estancadas que al no removerse se contaminan y se pudren. Permanecemos asustados e indiferentes ante un mundo en cambio, nos instalamos en nuestros miedos y preocupaciones personales y no somos capaces de abrirnos al soplo del Espíritu. A veces en nuestro conformismo, nos dejamos llevar por vientos nocivos, destructores, con tal de seguir la corriente del mundo y su cultura de muerte.
Es tan fuerte el impulso de este “Espíritu” que es capaz de hacernos hablar nuevas lenguas. Hoy debemos experimentar este “viento”. Hace falta que levantemos la cabeza y aspiremos profundo para que nos interiorice y haga brotar nuestra fuente profunda. Hoy hay viento, hay rumbo, hay destino, hay misión. Hoy es un día muy especial para entrar un momento en nuestro interior y escuchar, más allá de lo cotidiano, lo acostumbrado y lo trivial, la voz de Dios y el viento, suave y poderoso, capaz de empujar nuestra nave a buenos puertos. Es día de pedir para cada uno de nosotros y para nuestra Iglesia, el “viento” de Jesús. Hoy es día para anunciar nueva reconciliación, nuevo lenguaje de paz, capaz de superar barreras y divisiones. Hoy es día de nuevas actitudes frente al hermano. Es día para dejar escuchar dentro de nosotros al Espíritu de justicia y de verdad ¿Le abriremos nuestro corazón?
Ven, Dios Espíritu Santo y envíanos desde el cielo tu luz, para iluminarnos, porque sin tu divina inspiración nada podemos. Ven.
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