San Lorenzo nació en Brindisi (Italia) en 1559. Desde pequeño destacó en los estudios gracias a su buena memoria y la claridad de su razonamiento. Siendo adolescente tocó las puertas de los franciscanos capuchinos, y fue recibido por ellos con beneplácito. Lorenzo se descubría llamado a ser santo siguiendo el ejemplo de San Francisco de Asís. Ya iniciado en la vida religiosa, tuvo un diálogo muy interesante con el prior que le advirtió sobre la vida dura y austera que llevaría.
"Padre, ¿en mi celda habrá un crucifijo?", preguntó el joven Lorenzo. "Sí, lo habrá", respondió el superior. "Pues eso me basta. Al mirar a Cristo Crucificado tendré fuerzas para sufrir, por amor a Él, cualquier padecimiento", acotó el muchacho quien, al tomar el hábito religioso, recibió el nombre de Lorenzo.
Como diácono Lorenzo empezó a predicar con insistencia y a recorrer muchos lugares. Muchas conversiones se produjeron gracias al don que Dios le concedió para la predicación. Tiempo después, ya de sacerdote, el Papa Clemente VIII le encomendó un ministerio muy especial: la conversión de los judíos. En esa tarea le ayudó mucho su conocimiento de la lengua hebrea.
Cierto día un sacerdote le preguntó cuál era su secreto para predicar y el Santo respondió: "En buena parte se debe a mi buena memoria. En otra buena parte, a que dedico muchas horas a prepararme. Pero la causa principal es que encomiendo mucho a Dios mis predicaciones, y cuando empiezo a predicar se me olvida todo el plan que tenía y empiezo a hablar como si estuviera leyendo en un libro misterioso venido del cielo".
San Lorenzo fue también ejemplo de vida ascética: dormía sobre tablas, se levantaba en las noches a rezar salmos, ayunaba con pan y verduras, huía de recibir honores y trataba de estar siempre alegre y de buen humor con todos.
Estando en Alemania, uniendo fuerzas con el Beato Benito de Urbino, se dedicó a la atención de las víctimas de la peste que asoló aquellas tierras. También, al lado de Benito, fundó conventos en Praga, Viena y Gorizia. Más adelante fue elegido superior general de su Orden. Después de años cumpliendo ese servicio, pidió no ser reelegido porque tenía la convicción de que Dios lo estaba reservando para otro tipo de servicio.
A pedido del emperador Rodolfo II, Lorenzo se convirtió en una suerte de emisario o diplomático que tuvo que lidiar y conseguir de los príncipes alemanes la ayuda necesaria para enfrentar la invasión de los turcos. Y, viéndose involucrado con la casta militar, se hizo capellán del ejército. Incluso, en alguna oportunidad, él mismo arengó a los combatientes en campaña, de pie, en primera línea, teniendo solo por arma un crucifijo. Aquel día, los turcos sufrieron una aplastante derrota.
De vuelta tras la victoria, el Santo se detuvo en el convento de Gorizia, donde el Señor se le apareció mientras estaba en el coro y le dio con sus manos la Santa Comunión.
Terminada la campaña, Lorenzo sirvió en varias misiones diplomáticas que favorecieron la consolidación de la paz en diversas regiones de Europa.
El Santo se retiró finalmente al convento de Caserta. Allí era frecuente verlo arrebatado, en éxtasis, durante la celebración de la Misa. Partió a la Casa del Padre el 22 de julio de 1619, el mismo día de su cumpleaños. Fue canonizado en 1881 y en 1959 San Juan XIII le otorgó el título de Doctor de la Iglesia.
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