El hoy Arzobispo Emérito de La Plata (Argentina), Mons. Héctor Aguer, recordó recientemente cómo se produjo su salida de esa arquidiócesis luego de que el Papa Francisco aceptara su renuncia al cargo por alcanzar los 75 años, en 2018.
Mons. Héctor Rubén Aguer nació el 24 de mayo de 1943 y fue ordenado sacerdote el 25 de noviembre de 1972.
En 1992 San Juan Pablo II lo nombró Obispo Auxiliar de Buenos Aires. Seis años más tarde, el 26 de junio de 1998, el Papa lo designó como Arzobispo Coadjutor de La Plata.
El 12 de junio del año 2000 finalmente Mons. Aguer asumió el cargo de Arzobispo de La Plata.
Tras 18 años de gobierno pastoral de la Arquidiócesis de La Plata, el 2 de junio de 2018, pocos días después de cumplir los 75 años a los cuales todo obispo debe presentar su renuncia al Papa, el Santo Padre nombró como su sucesor a Mons. Víctor Manuel Fernández, que entonces era el rector de la Pontificia Universidad Católica de Argentina.
El 10 de junio de ese año, Mons. Aguer fue despedido por una multitud de fieles en la última Misa que presidió en la Catedral de La Plata, una semana antes de que Mons. Fernández se instalara como nuevo Arzobispo.
En un texto compartido con ACI Prensa este 11 de julio, Mons. Aguer lamentó la confusión de quienes creen que “cuando acabé mi servicio como arzobispo de La Plata, se me ofreció seguir habitando en el palacio arzobispal”.
El Prelado recordó que “dos días hábiles después de cumplir 75 años, es decir el 28 de mayo de 2018, me llamó telefónicamente Mons. Vincenzo Turturro, Encargado de Negocios a.i. de la Nunciatura Apostólica (el Nuncio, S.E Emil Paul Tscherrig había sido trasladado a Italia), para decirme que mi renuncia había sido aceptada, y que mi sucesor debía asumir de inmediato, para poder estar en Roma el 29 de junio a recibir el palio”.
“En la única conversación personal que mantuve con Mons. Víctor Manuel Fernández, advertí que él tenía preparada mi partida a Buenos Aires, por eso se sorprendió cuando le dije que deseaba quedarme en La Plata, después de 20 años de entrega a la arquidiócesis”, señaló.
“Él me preguntó dónde pensaba residir, y cuando respondí ‘en el Seminario’, arguyó: ‘los eméritos no se quedan en el Seminario’. Evidentemente desconocía que nuestros predecesores Plaza y Galán, como eméritos, vivieron en el Seminario y allí murieron”, dijo.
Mons. Aguer señaló que “comprendí con el tiempo que aquella negativa suya era lógica, ya que traía el propósito de cambiar completamente la orientación del Seminario, lo que efectivamente ocurrió”.
“Entonces me pidió un lugar alternativo; elegí la Casa Sacerdotal ‘Cura Brochero’, que yo mismo había instituido en el edificio del antiguo Seminario Menor, junto a la parroquia Sagrado Corazón de Jesús, en Los Hornos, periferia de la ciudad. Allí pasé dos años y ocho meses hasta mi reciente mudanza a Buenos Aires”, indicó.
“En este período fui una especie de desaparecido eclesial, ‘porque no recibí ninguna información ni invitación de la arquidiócesis’. Sólo me visitaban cuatro o cinco sacerdotes del clero platense (yo había ordenado 49), y uno del Opus Dei”, añadió.
El Arzobispo Emérito de La Plata dijo que “el padre José Luis Segovia, párroco y encargado de la Casa tuvo conmigo una caridad y paciencia infinitas”.
El Prelado argentino destacó también que con Mons. Nicolás Baisi, que fue Obispo Auxiliar de La Plata durante su gobierno pastoral y es ahora el Obispo de Puerto Iguazú, “nos encontrábamos semanalmente para conversar, su cercanía me fue de gran ayuda”.
Mons. Aguer recordó también cómo fue su relación con su propio predecesor en la Arquidiócesis de La Plata, el fallecido Mons. Carlos Galán.
“Cuando fue aceptada su renuncia, y yo debía hacerme cargo de la sucesión, le pedí que permaneciera ocupando el departamento que tradicionalmente fuera la habitación de los arzobispos en el palacio D’Amico, sede del arzobispado”, señaló.
“Monseñor no quiso y consultó al Cardenal Raúl Francisco Primatesta, con quien siendo este Presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, trabajó como Secretario General”, indicó.
“Su eminencia le aconsejó: ‘no te vayas de la diócesis, pero no te quedes en el arzobispado’. Mons. Galán eligió entonces residir en el Seminario; allí vivió hasta su muerte, dos años después, con el beneplácito de los seminaristas”, indicó.
Además, indicó, Mons. Galán “salía con regularidad a visitar parroquias y para administrar confirmaciones”.
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