El Papa Francisco pidió a los sacerdotes de la Diócesis de Roma que busquen a un buen padre espiritual que los acompañe, ya que el demonio no quiere que compartan y eso origina el aislamiento.
“El demonio no quiere que tú hables, que tú digas, que tú compartas. Entonces busca un buen padre espiritual, un anciano ‘astuto’ que pueda acompañarte. ¡Nunca te aísles, nunca!”, advirtió el Santo Padre en el texto que preparó para la liturgia penitencial de este 27 de febrero, evento al que no puso asistir por una “ligera indisposición”.
Sin embargo, el discurso del Papa fue leído por el Vicario para la Diócesis de Roma, Cardenal Angelo De Donatis, quien relató las tres causas de las “amarguras en la vida del sacerdote”, que son: los problemas con la fe, los problemas con el obispo y los problemas entre los sacerdotes.
En primer lugar, el Santo Padre escribió que esas reflexiones eran fruto “de la escucha de algunos seminaristas y sacerdotes de diferentes diócesis italianas” y añadió que “la mayor parte de los sacerdotes que conoce están contentos de su vida y consideran esas amarguras como parte de la vida normal, sin drama”.
Sobre la primera causa de la amargura, los problemas con la fe, el Papa recordó que la esperanza “no es convencerse de que las cosas irán mejor, sino que más bien, todo lo que sucede tiene un sentido a la luz de la Pascua”, pero agregó que “para esperar cristianamente es necesario vivir una vida de oración sustanciosa”, porque en la oración es donde “se aprende a distinguir entre expectativas y esperanzas”.
“¿Qué diferencia hay entre la expectativa y la esperanza?”, cuestionó el Pontífice. Explicó que “la expectativa nace cuando pasamos la vida en salvarnos la vida: nos ocupamos en la búsqueda de seguridades, recompensas, avance... Cuando recibimos lo que queremos casi sentimos que nunca moriremos, ¡que siempre será así! Porque somos el punto de referencia. La esperanza es algo que nace en el corazón cuando decides no defenderte más. Cuando reconozco mis limitaciones, y que no todo comienza y termina conmigo, reconozco la importancia de confiar”.
Acerca de la segunda causa de la amargura, los problemas con el obispo, el Papa dijo que “no se puede pretender que la comunión sea exclusivamente unidireccional: los sacerdotes deben estar en comunión con el obispo y los obispos en comunión con los sacerdotes”, e indicó que “no es un problema de democracia, sino de paternidad”.
Después, en la tercera causa de amargura, los problemas entre los sacerdotes, Francisco señaló que “el presbítero en los últimos años ha sufrido los golpes de escándalos, financieros y sexuales” que ha ocasionado que las relaciones sean “más frías y formales”.
“Las citas comunes se multiplican -formación permanente y otras-, pero se participa con un corazón menos dispuesto. Hay más ‘comunidad’, pero menos comunión. La pregunta que nos hacemos cuando nos encontramos con un nuevo hermano surge silenciosamente: ¿A quién tengo realmente delante de mí? ¿Puedo confiar?”, señaló el Papa.
Por ello, el Santo Padre animó a no aislarse nunca. No aislarse de la gracia, no aislarse con respecto a la historia y no aislarnos de los otros que ocasione “la incapacidad de instaurar relaciones significativas de confianza y de compartida evangélica”.
“Si estoy aislado, mis problemas parecen únicos e insuperables: nadie puede entenderme. Este es uno de los pensamientos favoritos del padre de la mentira”, afirmó.
En esta línea, el Pontífice aconsejó a los sacerdotes “buscar un buen padre espiritual, un anciano ‘astuto’ que pueda acompañarte”, porque de lo contrario, “los otros problemas vienen en cascada: del aislamiento, de una comunidad sin comunión, surge la competencia y ciertamente no la cooperación; surge el deseo de reconocimiento y no la alegría de la santidad compartida; uno comienza una relación o para compararse o para apoyarse mutuamente”.
“Pidamos al Señor que nos done la capacidad de reconocer qué es lo que nos está amargando y así dejarnos transformar y ser personas reconciliadas que reconcilian, pacificadas que pacifican, llenos de esperanza que infunden esperanza. El pueblo de Dios espera que nosotros seamos maestros de espíritu capaces de indicar los pozos de agua dulce en medio al desierto”, concluyó el Papa.
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