El Obispo de Córdoba (España), Mons. Demetrio Fernández, explicó en su carta pastoral el sentido de la fiesta de la Ascensión del Señor a los Cielos que se celebra este domingo 2 de junio.
Se trata de una celebración que tiene lugar 40 días después de la Resurrección y aunque éstos se cumplieron el pasado jueves 30 de mayo, la fiesta litúrgica se traslada al siguiente domingo.
“Jesús bendijo a sus apóstoles, les encomendó el mandato misionero de ir al mundo entero a predicar el Evangelio y se fue al cielo, donde nos espera como la patria definitiva”, asegura el Obispo.
Según explica Mons. Fernández, los apóstoles pudieron “convivir con Jesús durante cuarenta días después de su Resurrección, de manera que les quedó fuertemente certificada la certeza de que está vivo, de que ha inaugurado una nueva vida para él y para nosotros”.
“La fiesta de la Ascensión viene a ser el colofón de la Resurrección, porque, una vez resucitado Jesús, su lugar propio es el cielo, la gloria, estar junto al Padre. Pero ha tenido con nosotros esta inmensa condescendencia de dejarse tocar por los suyos y de compartir con ellos el gozo de la Pascua”, precisó.
Una vez que Jesucristo subió a los Cielos, Mons. Fernández afirma que nuestra relación con Él es de “fe y de amor, en la esperanza de vernos un día cara a cara y saciarnos plenamente de su presencia gozosa en el cielo. Vivimos en la espera de ese día feliz, pero ya gustamos desde ahora su presencia de otra manera en la vida cotidiana de la Iglesia”.
Según explica en su carta, Jesús está “presente en los sacramentos, especialmente en el sacramento de la Eucaristía, que nos ha dejado como testamento de su amor”, también en “las personas y en la comunidad eclesial, donde él ha prometido estar con nosotros hasta el final de los tiempos”, además de “en los pobres y necesitados, con los que ha querido identificarse y a través de los cuales reclama continuamente nuestro amor”.
El Obispo de Córdoba subraya que el Señor “no se ha desentendido de este mundo, ni nos ha dejado a nosotros a nuestra suerte como si él ya no actuara”, sino que “la presencia del Resucitado en la historia humana es una presencia transformadora capaz de llevar esta historia humana a la plenitud y llenarla de sentido en cada una de sus etapas”.
Por eso es decisivo “nuestro encuentro personal con el Resucitado” para tener una “actitud misionera, no sólo para anunciar que está vivo y nos espera en el cielo, sino para infundir el Espíritu Santo en nuestros corazones, a fin de hacernos constructores de una historia en la que somos protagonistas”.
Según explica el Prelado, en España se presenta “una nueva etapa en nuestra convivencia cotidiana” después de las elecciones y por eso recuerda que “la convivencia y la política no es sólo producto de las urnas, es también fruto de la gracia de Dios y de la acción del Espíritu Santo, que conduce la historia”.
Por eso, Mons. Fernández animó a encomendar “con fervor” la acción de los que nos gobiernan a distintos niveles. “Pedimos para ellos la fuerza de lo alto, la luz de Dios y la gracia para acertar en sus decisiones, de manera que busquen el bien de todos, especialmente el de los más desfavorecidos”, aseguró.
En ese sentido, el Obispo también recordó a los cristianos la “enorme responsabilidad en la construcción de la ciudad terrena” ya que aseguró que está en juego “la dignidad de la persona, sus derechos y obligaciones, su libertad y su responsabilidad”, así como “la familia con sus pilares estables del varón y la mujer, unidos en el amor que Dios bendice y abiertos generosamente a la vida”.
“Necesitamos que nazcan muchos más niños para que no vivamos en el desierto demográfico, sin esperanza de futuro. Necesitamos una política urgente que atienda a los barrios más deprimidos, de manera que un día puedan salir de su situación, cada vez más degradada”, subrayó el Prelado.
Según explicó Mons. Fernández “Jesucristo ha subido al cielo para mostrarnos cuál es la meta, pero se ha incrustado en la historia humana para llevarla a su plenitud por medio de nuestro trabajo” por eso pidió orar para que “su presencia sea notable y transfiguradora, y también por la colaboración de sus discípulos en esta hora concreta”.
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