Un día como hoy, el Papa Pío XII canonizó a Francisca Javiera Cabrini, patrona de los emigrantes y la primera ciudadana estadounidense en ser declarada santa.
En su homilía pronunciada el 7 de julio de 1946, el Pontífice destacó que esta religiosa de origen italiano tuvo “un inquebrantable coraje, que le permitió soportar tantos trabajos en favor de muchos y realizar tantas labores, proyectos y venció tantas dificultades”.
Indicó que la santa siempre se mantuvo serena y fiel para alcanzar las metas que se proponía, incluso en medio de los peligros y los temores que sacuden la vida.
Pío XII aseguró que en cada ayuda que daba a las personas, había una especie de serenidad divina en el aire.
El Pontífice afirmó que Santa Francisca Javiera Cabrini hizo realidad las palabras sobre la santidad que escribió San Pablo en su primera Carta a los Corintios: “Les ruego, por lo tanto, que sigan mi ejemplo”.
Añadió que la santa aprendió que todas las naciones son una sola familia y que sus miembros, como hermanos, deben vivir guiados por el ejemplo y los preceptos divinos de Cristo.
Santa Francisca Javiera Cabrini ha sido presentada en diversas ocasiones por el Arzobispo de Los Ángeles, Mons. José Gomez, como un modelo a imitar para la comunidad de inmigrantes católicos en Estados Unidos.
La vida es misión
Francisca Cabrini nació el 15 de julio de 1850 en la localidad de Sant'Angelo Lodigiano, en la región italiana de Lombardía.
Desde pequeña quiso ser misionera y China era su destino preferido. Incluso practicaba ciertas privaciones para preparar su cuerpo y espíritu. Sus padres la enviaron a estudiar a una escuela de religiosas en Arluno para que se convirtiera en maestra.
En 1870 la joven perdió a sus padres y vivió durante dos años con su hermana Rosa. Francisca quiso ingresar como religiosa en la congregación que administraba la escuela en la que se había formado, pero fue rechazada debido a su mala salud.
Años más tarde, el Obispo de Lodi y el P. Serrati, un sacerdote que conocía las cualidades de la joven como profesora, la invitaron a ayudar en un pequeño orfanato, llamado la Casa de la Providencia y cuya fundadora, Antonia Tondini, llevaba una mala administración.
Tondini puso muchos obstáculos al trabajo de la santa, pero Francisca no se desalentó y fundó la comunidad de las Hermanas Misioneras del Sagrado Corazón, inspirada en la figura del misionero jesuita San Francisco Javier.
Años más tarde, debido al mal carácter de Tondini, el Obispo cerró el orfanato y dijo a Francisca: “Vos deseáis ser misionera. Pues bien, ha llegado el momento de que lo seáis. Yo no conozco ningún instituto misional femenino. Fundadlo vos misma".
La santa y sus compañeras se trasladaron a un convento franciscano que estaba vacío. Redactó las reglas, el Obispo las aprobó y abrió otras casas. Luego viajó a Roma para obtener el visto bueno de la Santa Sede.
En el Vaticano se encontró con el entonces Arzobispo de Nueva York, Mons. Corrigan, quien le pidió que fuera con sus religiosas a Estados Unidos.
En ese entonces, ella tuvo un sueño que le contó al Papa León XIII y este la animó que viaje a occidente y no a China.
Venciendo su miedo al agua, debido a que cayó a un río cuando era niña, la religiosa se embarcó y llegó a Nueva York en 1889. Sin embargo, encontró una realidad pastoral muy dura porque la mayoría de los europeos que habían emigrado allí eran pobres y los sacerdotes habían sido enviados a ese lugar por mala conducta.
Mons. Corrigan tuvo problemas para recibir a la Madre Francisca y a sus religiosas y les aconsejó que regresaran a Italia. Pero la santa estaba decidida y le dijo que el Santo Padre la había enviado a Estados Unidos y ahí se iba a quedar. En poco tiempo consiguió ayuda para fundar un orfanato y consiguió una casa para su congregación.
Con el paso del tiempo, las Hermanas Misioneras del Sagrado Corazón se fueron expandiendo por el país. Santa Francisca y sus compañeras se distinguían por la caridad con la que ayudaban a los emigrantes y a los pobres. La gente la quería y a la admiraba.
Además, la santa era conocida por ser muy estricta y su gran sentido de justicia.
“Ámense unas a otras. Sacrifiquense constantemente y de buen grado por sus hermanas. Sean bondadosas; no sean duras ni bruscas, no abriguen resentimientos; sean mansas y pacíficas”, solía decir la Madre Francisca a sus religiosas.
Viajó a Nicaragua, Argentina, Costa Rica, Panamá, Chile, Brasil, Francia e Inglaterra donde fundó casas, conventos, escuelas, hospitales y otras instituciones.
En 1911 su salud empezó a decaer. Sin embargo, logró trabajar otros seis años más y falleció durante un viaje a Chicago el 22 de diciembre de 1917.
En 1950, el Papa Pío XII la proclamó patrona de los emigrantes.
Puede leer la biografía completa de la santa AQUÍ.
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