Al finalizar la conversación a puerta cerrada del Papa Francisco con los Patriarcas y líderes de las Iglesias Orientales Católicas y Ortodoxas, el Santo Padre pronunció un discurso en el que pidió que se respete el status quo de Jerusalén como garantía de que seguirá siendo una ciudad abierta a cristianos, musulmanes y judíos.
El Pontífice, que señaló en su discurso su preocupación por la situación de los cristianos en Oriente Medio, asediados por las guerras y la violencia del fundamentalismo religioso, destacó la necesidad de un acuerdo entre israelíes y palestinos para garantizar la paz sustentada en la solución de dos Estados, uno israelí y otro palestino, que ponga fin a un conflicto que asola Tierra Santa desde hace décadas.
“Solo una solución negociada entre israelíes y palestinos, firmemente deseada y favorecida por la Comunidad de naciones, podrá conducir a una paz estable y duradera, y asegurar la coexistencia de dos Estados para dos pueblos”, afirmó Francisco.
En su discurso, el Obispo de Roma indicó que la cristiandad se encuentra angustiada al mirar a Oriente Medio y contemplar cómo las comunidades cristianas de aquella región son expulsadas de sus hogares o sometidas al martirio.
Ante esa situación, Jerusalén siempre es un lugar de esperanza. Por ello, pidió que se respete su status quo como ciudad santa para cristianos, musulmanes y judión.
“Profundamente angustiados, pero nunca privados de esperanza, volvemos la mirada a Jerusalén, ciudad para todos los pueblos, ciudad única y sagrada para los cristianos, judíos y musulmanes de todo el mundo, cuya identidad y vocación ha de ser preservada más allá de las distintas disputas y tensiones, y cuyo status quo exige que sea respetado de acuerdo con lo deliberado por la Comunidad internacional y repetidamente formulado por las comunidades cristianas de Tierra Santa”.
Una ciudad santa disputada
La ciudad santa de Jerusalén es una de los principales puntos de disputa que impide un acuerdo de paz entre palestinos e israelíes, ya que ambas naciones la reclaman como capital de sus respectivos Estados.
La ciudad de Jerusalén estuvo bajo dominio jordano hasta la Guerra de los Seis Días, en el año 1967, en que el ejército israelí invadió los territorios palestinos de Cisjordania y Gaza y declaró la ciudad santa como capital única e indivisible del Estado de Israel.
Pese a ello, la comunidad internacional se negó a reconocer esa capitalidad, ya que considera la ciudad vieja de Jerusalén y sus barrios orientales como territorio palestino ocupado.
Por ese motivo, las embajadas internacionales ante Israel se encuentran en la ciudad de Tel Aviv. Sin embargo, esa situación cambió el pasado mes de mayo cuando el gobierno de Estados Unidos decidió trasladar su embajada a Jerusalén, reconociendo así a esta ciudad como capital de Israel.
El temor a un cambio en el status quo de la ciudad provocó numerosas manifestaciones violentas en los territorios palestinos. La represión de esas manifestaciones por parte del ejército israelí provocó decenas de muertos y al menos 2000 heridos.
En la Audiencia General del 15 de mayo, en el Vaticano, el Papa Francisco reconoció estar “muy preocupado y dolido por el empeoramiento de las tensiones en Tierra Santa y en Oriente Medio, y por la espiral de violencia que nos aleja cada vez más del camino de la paz, del diálogo y de las negociaciones”.
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