El texto fue escrito por Jannie L. Guzmán, una católica de Puerto Rico que hace más de ocho años tuvo un encuentro personal con Cristo, el cual le ayudó a superar la depresión en que había caído y que, había descubierto, se generó en el vientre de su madre durante el periodo en que estuvo en peligro de morir por aborto espontáneo.
“Durante mis años universitarios, mi enfoque principal era mis estudios, además de retarme para lograr metas altas en el área de la medicina; pero, los planes de Dios no eran los míos. Caí en una depresión que me descontroló todo: mi autoestima, mi seguridad... Me sentía vacía, atrapada, con un dolor en mi alma que solamente Dios podía sanar”, contó Guzmán en su testimonio enviado a ACI Prensa.
Sin embargo, por momentos se sentía abandonada. “Le decía constantemente a Dios: ‘Me siento sola. ¿Existes? No puedo más. ¿Te has olvidado de mí?’”.
“Todo era silencio; pero, en los momentos más desesperados en los que parecía que para mí no había esperanza, Dios - aunque entonces no reconocía su voz - me decía: ‘Tranquila, tú puedes. No estás sola’”.
Jannie por entonces vivía fuera Puerto Rico y extrañaba a su familia, así que decidió regresar para Acción de Gracias. “Esa misma semana, mi madre y mi tía me llevaron ante algunos hermanos de nuestra Santa Madre Iglesia Católica para que oraran por mí”.
Durante el diálogo sobre “mis miedos y experiencias (…) uno de los hermanos me preguntó: ‘¿Te sucedió algo cuando pequeña?’. Le expliqué que cuando mi madre estaba embarazada de mí, ella había roto fuente cuando apenas yo tenía cuatro meses; y yo había nacido a los seis meses y había pesado sólo dos libras. Eso era lo único que sabía”.
“En ese momento llamaron a mi mamá para hablar con ella sobre su embarazo estando yo presente. Mi madre comenzó a relatar que sus dos embarazos anteriores habían sido difíciles, pero que, para la Gloria de Dios, habían nacido mis dos hermanas”. Sin embargo, el médico recomendó a la mamá operarse porque un tercer embarazo sería peligroso.
La madre se negó a operarse y a los cinco años salió embarazada de Jannie. Sin embargo, a los cuatro meses “rompió fuente”. El médico dijo que “iba a ser un aborto natural y que no resistiría. Su única recomendación fue guardar reposo. Mi madre pasó dos meses en cama”.
“Un 19 de abril, mientras se encontraba en el hospital, al médico se le olvidó administrarle el medicamento pertinente y empezaron los dolores. Mi madre recuerda que las enfermeras decían: ‘Esos son los síntomas de un aborto. La niña no sobrevivirá’. Mi madre, católica y con mucha fe en la intercesión de nuestra Santísima Madre, comenzó a pedirle a María que intercediera. Cuando cerró sus ojos, el cuarto se iluminó y sintió una voz en su corazón que le decía: ‘No temas que tu hija vivirá’. Cuando el médico regresó, decidió intervenirla y yo nací un Jueves Santo con un peso de dos libras”.
Jannie recuerda que su madre siempre fue una mujer de fe, pero “cuando se vio en una situación tan desesperante, con el temor de perder a su hija sintió miedo e inseguridad. Yo desde su vientre percibía todo eso”.
“La herida más profunda de mi corazón, la cual había desarrollado desde el vientre de mi madre, era el miedo a morir. Tan pronto los hermanos empezaron a orar por mí, el Espíritu de Dios comenzó a sanarme y a restaurar mi vida desde el vientre materno (…). Ese día nací de nuevo”, recordó.
La mujer afirmó que estos más de ocho años “han sido los más hermosos de mi vida” y comprendió que Dios siempre se había ocupado de ella “y que permitió que la placenta se moviera para que yo no fuera a ser expulsada (…), que cuando más sola y abandonada me sentía en la oscuridad, me decía: “¡Yo nunca me olvidaría de ti!”.
“Quiero decirle a las mujeres que están embarazadas y que tienen dudas sobre su embarazo que aunque mi madre, gracias a Dios no me iba abortar, sí iba a tener un aborto natural, pero Dios no lo permitió. Hoy el Señor me da la oportunidad de dirigirme a ti y decirte que estaré eternamente agradecida a Dios por haberme regalado el don de vivir. Todo mal ocurre para un bien mayor. Para ti, madre embarazada, te escribo unas palabras en nombre del hijo que llevas en tu vientre:”
“Mami, yo sé que estás pasando por un momento difícil donde te sientes ahogada por tanta preocupación, miedo, inseguridad, por no saber qué hacer. Todo esto lo sé porque al tú sentirlo, yo también lo siento. Dios me puso en tu vientre como bendición. Quizás yo no estaba en tus planes; pero, sí estoy en los planes de Dios para cumplir con una obra que solamente Él conoce. No te preocupes... Él nos va a suplir a ti y a mí lo necesario para salir hacia adelante; no te preocupes si papá o mis abuelos no te apoyan, o no me quieran. Sólo Dios y tu amor me bastan. Dame la oportunidad de algún día mirarte a los ojos y decirte ‘mamá’. Dame la alegría de sentirme amado por ti. Dame la paz que anhelo sentir. Quiero que estés tranquila, que ya no llores. Dios nunca se ha olvidado de ti y mucho menos de mí. Busca ayuda, haz lo imposible porque salgamos adelante; nuestro Padre suplirá lo que nos haga falta junto a la Virgen. Mamá, ¡si vieras qué hermosa es! Cuando tú estás preocupada, ella con su ternura me da mucha paz. Si vieras cuánto me cuida a mí y a ti; cuando contemplo su rostro, imagino que así de hermoso es el tuyo”.
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