18 de mayo de 2023 / 12:31 a. m.
Hoy la Iglesia Católica celebra a Santa Rafaela María del Sagrado Corazón, religiosa española a quien llamaban “la humildad encarnada” en virtud a su sencillez y actitud agradecida con todos, sin importar cómo fuese tratada.
Expresión de esto quizás fue la manera como Santa Rafaela María solía animar a sus hijas espirituales cuando decía: “Dentro de Dios hemos de estar y de Él recibirlo todo”. Quien vive intentando realizar un ideal así, habrá de servir al Señor con una paz interior y una alegría indestructibles, a prueba de dolores y amarguras.
Rafaela María fue fundadora de un Instituto religioso de derecho pontificio, la Congregación de las Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús, cuyas integrantes son conocidas como “Esclavas del Sagrado Corazón”.
El Papa San Pablo VI, quien canonizó a Santa Rafaela María, resaltaba un rasgo distintivo en ella, capaz de hacerla modelo para toda religiosa: “La vida y la obra de la santa, si las observamos por dentro, son una apología excelente de la vida religiosa, basada en la práctica de los consejos evangélicos, calcada en el esquema ascético-místico tradicional, del que España ha sido maestra con figuras tan señeras como Santa Teresa, San Juan de la Cruz, San Ignacio de Loyola, Santo Domingo, San Juan de Ávila y otras” (Papa San Pablo VI en la Misa de canonización de Rafaela Porras y Ayllón).
Acogida por la Iglesia
Rafaela Porras y Ayllón -nombre de pila de la santa- nació el 1 de marzo de 1850 en el pueblo español de Pedro Abad, en Córdoba (España). Sus padres la llevaron a bautizar al día siguiente. Su padre, don Ildefonso Porras, fue alcalde de Pedro Abad y su madre, doña María Ayllón Castillo, provenía de una familia acomodada.
A los tres años Rafaela María quedó huérfana de padre, y al cumplir los catorce, también perdió a su madre. Junto a su hermana inició el camino del discernimiento vocacional con las clarisas de Córdoba y al año siguiente ingresaba a la Congregación de las Hermanas de María Reparadora. Fue en esta congregación donde tomó el nombre de Rafaela María del Sagrado Corazón.
La Hermana Rafaela se dedicaba a la oración y al cuidado de los enfermos y necesitados. Su familiares consideraban que su vocación era excesivamente temprana, sin embargo ella perseveró y pudo vencer esa resistencia inicial.
Amor agradecido
Años más tarde, ya consolidada en la vida religiosa, fundó, junto con su hermana Dolores, el Instituto de Adoradoras del Santísimo Sacramento e Hijas de María Inmaculada, que sería la base de la futura Congregación de las Esclavas del Sagrado Corazón. Las hermanas contaron desde el inicio con el apoyo del obispo local.
El Instituto estaba integrado por dieciséis religiosas, con las que Santa Rafaela María se trasladó a Madrid. Allí le fue concedida la aprobación diocesana en 1877. Diez años más tarde, el Papa León XIII aprobaría a la nueva congregación, bajo el nombre de “Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús”. La Madre Rafaela María sería elegida superiora general y realizaría su profesión perpetua el 4 de noviembre de 1888.
Exilio
Durante 30 años la Madre Rafaela vivió una suerte de exilio al interior de su propia comunidad religiosa, convirtiéndose en un miembro anónimo de la institución que ella había fundado. Por tres décadas, Santa María Rafaela asumió los trabajos más duros y las ocupaciones más sencillas; pasó por constantes humillaciones y, al final, sufrió la aridez del aislamiento. Así vivió hasta que Dios la llamó a su presencia.
Aun cuando las circunstancias le fueron adversas, la santa se condujo con humildad y obediencia, sin exigir trato especial alguno, a pesar de ser la fundadora. Murió el día de Epifanía, el 6 de enero de 1925, en Roma (Italia). Sus restos descansan en la Casa Generalicia de su congregación en esa ciudad.
“Muchos últimos serán primeros” (Mt 20, 16)
El Papa Pío XII beatificó a Rafaela María en mayo del año 1952. Años más tarde fue canonizada por el Papa San Pablo VI, el 23 de enero de 1977.
Rafaela María murió el día de Epifanía -fecha inamovible en el calendario litúrgico de muchos países-, razón por la cual su fiesta se celebra el 18 de mayo, día de su beatificación y del traslado de sus restos.
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