Beata María Riquelme fue “templo del Espíritu de Dios”, recuerda Cardenal

El Cardenal Angelo Becciu, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, presidió la beatificación de la Madre Maria Emilia Riquelme Zayas en la Catedral de Granada (España). 

El Cardenal Becciu explicó que San Pablo en las lecturas de la Misa de hoy ofrece un criterio con el que medir la vida cristiana; “un parámetro para verificar cuánto ha crecido la Gracia que en el Bautismo se sembró en nosotros: ¡el ser templo del Espíritu de Dios!”.

Según afirmó el prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, esta conciencia de ser templo del Espíritu de Dios marcó toda la existencia de la Beata María Emilia Riquelme y Zayas, fundadora de las Misioneras del Santísimo Sacramento y de María Inmaculada.

“Hoy recibe el reconocimiento de sus virtudes y de su santidad de vida, porque en ella veneramos a una cristiana ejemplar, un alma de Dios, separada de todo lo mundano. Nos encontramos frente a una mujer de gran fervor religioso, cuya existencia se centró en el Señor, a quien ella reservó el primer lugar. Todo esto fue posible gracias a su fe profunda y viva en el misterio de Dios, que fue la luz que la iluminó hasta el final”, precisó. 

También destacó la fe de la Beata María Emilia Riquelme que se manifestó “en la total obediencia al Padre y en el carisma de oración y meditación”. 

A pesar de sus numerosas obligaciones como fundadora, la Beata María Emilia Riquelme cultivó “una intensa vida interior y alimentar constantemente un amor sin límites por el Señor” y repetía con frecuencia: “Dios es toda mi vida”. 

“Su extraordinario amor por Dios lo manifestó sobre todo en la Eucaristía; donde quiera que fuera, buscaba en primer lugar las iglesias donde tenía lugar la adoración eucarística”, recordó el Cardenal. 

La Beata María Emilia Riquelme aseguraba que “la Eucaristía es el paraíso de la tierra. La adoración mi hora de cielo, mi recreo y descanso espiritual” y era en la Eucaristía donde encontraba la fuerza para seguir viviendo, para esperar y para trabajar; aquí encontraba ella los únicos y verdaderos consuelos espirituales.

La pasión eucarística de esta religiosa fue la fuente de “una caridad con una clara proyección eclesial y misionera”. 

El Cardenal Becciu definió a la Beata María Emilia Riquelme como “una religiosa mística y, al mismo tiempo, de gran espíritu apostólico, que vivió en la contemplación continua de Cristo, su esposo, y en la oración incesante por la salvación de las almas”.

“De ese gran amor por Jesús Eucaristía y por la Santísima Virgen brotó el espíritu misionero que la llevó a fundar las Misioneras del Santísimo Sacramento y de María Inmaculada para la adoración perpetua y el apostolado comprometido en favor de la educación de la juventud”, aseguró el Purpurado. 

Por lo que “Granada se convirtió en el corazón de la misión de un grupo de mujeres intrépidas que adoraban al Santísimo Sacramento día y noche para pedir la gracia de poder educar a las niñas más pobres y poder ir por el mundo para anunciar el Evangelio”. 

Según el Cardenal Becciu, la experiencia de la madre María Emilia recuerda “la actitud de dos mujeres del Evangelio, Marta y María, que se acercan a Jesús de una manera diversa pero complementaria”. 

“Nuestra Beata supo conjugar admirablemente estas dos actitudes, atribuyéndoles el justo valor. Nos muestra un programa de vida cristiana, que será fructífero si sabemos vivir inseparablemente el servicio acogedor a los demás y la escucha orante de las palabras del divino Maestro”, afirmó. 

También destacó la fortaleza de esta religiosa que respondió “con valentía y con una mirada profética a las urgencias de momentos históricamente difíciles y complejos, para difundir con generosidad la semilla evangélica”. 

El Cardenal Becciu destacó que el testimonio de esta religiosa “puede ser un estímulo y un aliento precioso para la Iglesia, llamada también hoy a responder a la necesidad de esperanza que caracteriza nuestro mundo, encerrado en sí mismo y desprovisto de ideales apasionantes” porque su profundo amor por el Señor “se reflejaba en su amor por el prójimo, especialmente por el pobre, el enfermo y el abandonado”. 

“Uno de los rasgos característicos de su espiritualidad era la humildad. No presumía de su ascendencia aristocrática ni de sus dotes humanas, por el contrario, siempre se consideraba la última, la más pequeña de todos, la más pecadora ante Dios”, afirmó. 

La Beata María Emilia Riquelme también aceptó con humildad “las humillaciones que muchas veces le infligieron otras personas, especialmente cuando comenzó el proceso de fundación del Instituto”, “su humildad siempre estuvo acompañada de dulzura y amabilidad, pero también de energía en la defensa de los derechos de sus hijas ante ciertas intrusiones injustas en la vida de la Congregación”. 

El Cardenal Becciu recordó que a la nueva beata le gustaba decir: “Acepta la Cruz que Dios te envía, no busques otra, esa es de oro para ti”. 

Además, el Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos precisó que con esta beatificación de la Madre María Emilia Riquelme y Zayas, la Iglesia propone hoy a los creyentes “el ejemplo de una mujer evangélica que recuerda los valores esenciales del ser cristianos y consagrados: el amor tenaz y exclusivo por Cristo y por su Evangelio, la opción preferencial por los más pobres de la tierra, la oración como fecunda raíz oculta de nuestro trabajo, el optimismo de la esperanza, el sentido de la justicia, la alegría y la confianza que siempre deberían acompañar nuestro testimonio cristiano”. 

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