“La esperanza cristiana es una esperanza activa, es una esperanza llena de cosas que hacer durante la espera: prestar atención y crecer en el amor hacia todos; por ello es como levadura y sal dentro de la masa de este mundo”, señaló el Purpurado, que recordó que el 8 de diciembre se inauguró en el Vaticano el Jubileo de la Misericordia con la apertura de la Puerta Santa, que es “la Puerta de la Esperanza, la Puerta de la Confianza en la Divina Misericordia”.
En su mensaje, el también Penitenciario Mayor de la Iglesia indicó que si bien el ancla es el símbolo de la esperanza, “existe otra imagen que, en cierta manera, me parece más significativa: pienso en la vela. El ancla sirve para mantener firme el barco en el mar, mientras que la vela sirve para impulsarlo y hacerlo surcar el mar hacia tierra firme. La esperanza es el viento que, al hinchar la vela, nos impulsa”.
“Y fue la esperanza la que, en los inicios de la Iglesia, confirió al mensaje cristiano aquella extraordinaria fuerza de expansión que lo llevó, en poco tiempo, hasta los confines de la tierra. También nuestra obra vive totalmente de la esperanza. Cuando, por ejemplo, nos llegan numerosas solicitudes de proyectos, debemos tener la esperanza de que nuestros benefactores nos ayudarán a hacer realidad tantas esperanzas”.
“El mundo –afirmó– está sediento de esperanza y presta oído a un mensaje en la medida en que este sabe ofrecerle verdadera esperanza. Nosotros, los cristianos, somos responsables de la esperanza que nos ha sido dada, y debemos estar dispuestos a dar razón de ella, pero no solo mediante la palabra”. “Hay muchas cosas sin las cuales se puede vivir, pero no se puede vivir sin esperanza”, señaló.
“Tener esperanza, siempre tener esperanza, volver a recuperar la esperanza tras la enésima desilusión, esperar que el día siguiente sea mejor, a pesar de que en tantas ocasiones haya sido peor, absorber todos los aparentes desmentidos como la tierra absorbe la lluvia copiosa: esto es verdaderamente grande y revela la omnipotencia de la gracia divina”.
En ese sentido, a pocos días de celebrarse la Navidad, el Purpurado alentó a ir “al encuentro del Cristo que viene” con “obras de misericordia, con la lámpara de la fe encendida. En las buenas obras, Cristo ya ha llegado. ¡Por ello, debemos centrarnos en él, y en todo lo demás solo en relación con él, en vista de él!”.
Asimismo, el Cardenal Piacenza señaló que en este Año Santo “estamos llamados a olvidar el pasado y a asomarnos al futuro, hacia una nueva aventura de gracia y hacia la plenitud de la Misericordia de Dios”.
“Para que esto pueda hacerse realidad de forma auténtica, debemos intentar franquear la Puerta Santa tras una confesión sacramental fervorosa e íntegra, acompañada del vivo deseo de encaminarnos por la vía de la santidad. La santidad es la vocación inscrita en nuestro bautismo, pues cada uno de nosotros está llamado a ella”.
“La santidad –indicó– es algo grandioso, pero, al mismo tiempo, es algo extremadamente simple y ordinario. Significa vivir con intenso amor lo que tiene de particular cada día y cada circunstancia como una ‘vocación’”, dejando que Jesús actúe “hasta que podamos decir con San Pablo: ‘Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí; para mí vivir es Cristo’”.
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— ACI Prensa (@aciprensa) diciembre 9, 2015
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