Un día como hoy San Pablo Miki y sus 25 compañeros fueron crucificados en Japón

Un día como hoy, en 1597, el gobernante unificador del Japón, Toyotomi Hideyoshi, conocido como Taikosama, ordenó crucificar en la colina de Nishizaka, Nagasaki, al jesuita San Pablo Miki y a otros 25 religiosos y laicos, siendo la primera crucifixión colectiva en 15 siglos.

El grupo de los 26 mártires de Japón, como son conocidos, está formado por tres jesuitas, seis franciscanos, y laicos entre extranjeros y japoneses.

Ellos fueron San Pablo Miki, San Pablo Suzuki, San Francisco, San Cosme Takeya, Santo Tomás Kozaki, San Pedro Sukejiro, San Miguel Kozaki, San León Karasumaru, San Diego Kisai, San Pablo Ibaraki, San Juan de Gotoo, San Joaquín Sakakibara, San Luis Ibaraki, San Antonio, San Matías, San Francisco, Santo Tomás Dangui, San Juan Kinuya, San Ventura y San Gabriel.

Además de ser crucificados, se les cortó a todos la oreja izquierda y les obligaron a caminar en la nieve unos mil kilómetros desde Kioto hasta Nagasaki, con la finalidad de atemorizar a los que pretendían hacerse católicos.

A todos se les ató con cuerdas y cadenas en piernas y brazos. Además, los sujetaron al madero con una argolla de hierro al cuello.

Según el escrito “La Colina de los Mártires” del Beato Diego Yuki, un testigo que se convertiría en mártir años después, cuando eran trasladados a la colina Nishizaka, los mártires iban rezando el Rosario con “las manos atadas”, mientras sus pies descalzos “marcaban huellas rojizas en el áspero camino”.

“Vale la pena detenerse a contemplarlos. Hace ya un mes que salieron de Kyoto, después de sufrir la mutilación de la oreja izquierda. Un mes orientados hacia su Calvario, renovando cada mañana su decisión, ofrendando cada anochecer la dura jornada. Ese mes de vía crucis, en el corazón del invierno, marca una ruta espiritual”, escribió.

Sobre San Pablo Miki –el gran predicador jesuita de origen japonés–, el Beato Yuki dijo: “Seguía siendo el hombre sereno, dueño de sí, que sabía medir el alcance de cada detalle. Su instinto de predicador le hizo descubrir en esa sentencia la ocasión para una última profesión de fe, para proclamar libremente cuanto creía y amaba”.

“Se afirmó en la cruz, miró hacia la muchedumbre y gritó: ‘Todos los que estáis presentes, oídme’”, contó.

Según el beato, San Pablo Miki dijo: “Yo no soy de Filipinas, mas soy japonés de nación y hermano de la Compañía de Jesús. No he cometido culpa alguna; muero solamente por haber predicado la ley de Nuestro Señor Jesucristo. Me alegro mucho de morir por esta causa. Yo tengo esto por un gran beneficio que el Señor me hace. Y pues estoy en esta hora en la cual podéis creer que no les voy a mentir, certifiquen y desengáñense, que no hay otro camino para salvarse el hombre sino el de los cristianos”.

“Y pues la ley de los cristianos manda perdonar a los enemigos, y a los que nos hacen mal, digo que perdono a Taikosama y a todos los que tuvieron parte en esta mi muerte. No tengo odio alguno a Taikosama, antes deseo que él y todos los japoneses se hagan cristianos”, continuó San Pablo Miki.

Finalmente, según el Beato Yuki, el santo se dirigió a sus compañeros y dijo: “Señor, en tus manos encomiendo mi espíritu. Salgan al encuentro santos de Dios”.

El domingo 24 de noviembre de 2019, el Papa Francisco visitó el Monumento de los Mártires de Nagasaki, donde fue recibido por el director del museo, un sacerdote y hermano jesuita. Además, recibió de una familia un arreglo floral que depositó frente al memorial donde están las reliquias de los 26 mártires.

“En este lugar también nos unimos a los cristianos que en diversas partes del mundo hoy sufren y viven el martirio a causa de la fe”, expresó el Papa ante los asistentes.

San Pablo Miki y sus amigos no fueron los únicos mártires de la Iglesia en este país. El 24 de noviembre de 2008 fueron beatificados otros 188 mártires, asesinados entre 1603 y 1639, pues el cristianismo había sido prohibido al ser considerado un "elemento de influencia occidental y un peligro para el orden social y religioso". Entre estos mártires hay laicos, mujeres, niños y unos cuantos religiosos. El que encabezó la lista fue el sacerdote jesuita Pierre Kibe.

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