En su designio de salvación, Dios dispuso que Cristo no solamente “muriese por nuestros pecados” (1 Co 15, 3), sino también que conociera el estado de muerte, el estado de separación entre alma y cuerpo, durante el tiempo comprendido entre el momento en que expiró en la Cruz y el momento en que resucitó. Ese momento se revive cada Sábado Santo.
Se conoce por las Sagradas Escrituras y la Tradición que Jesús bajó al “Seol” o infierno, donde permanecían las almas de todos los muertos.
En aquel lugar estaban todos los santos y justos que perecieron antes de la muerte de Jesucristo y no tenían cómo llegar al cielo: los patriarcas, los profetas, los reyes, San José, entre otros.
Según la Tradición de la Iglesia, cuando Jesús muere, desciende al infierno y lleva consigo al cielo a todos los que creyeron.
En resumen, el Sábado Santo es una fecha distinta al Jueves y Viernes Santos porque no ocurrieron acontecimientos visibles en la tierra.
Debido que Jesús “ha muerto” se debe guardar silencio en ese día, semejante al duelo cuando perdemos a un ser querido. También es tiempo de espera de la Resurrección de Cristo durante la primera parte del día.
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