6 de junio de 2023 / 11:42 a. m.
Han pasado cuatro meses desde el 6 de febrero, cuando la tierra tembló en el norte de Siria y el sur de Turquía, causando inmensos daños tanto materiales como humanos.
Según el último comunicado del Ministerio del Interior de Turquía, difundido el 6 de abril, 50.399 personas perdieron la vida y, según AFP, otras 6.000 personas fallecieron en Siria, nación que también fue afectada por el sismo.
La ciudad turca de Iskenderun, sede del Vicariato Apostólico de Anatolia, resultó gravemente afectada y la Catedral de la Anunciación se derrumbó. Sólo el campanario y la abadía permanecen en medio de los escombros. Las piedras del edificio todavía están esparcidas por el suelo entre los restos de las paredes.
Muchas carreteras siguen cerradas, al igual que las iglesias. Sólo la iglesia melquita sigue en pie y está habilitada para el culto.
La vida, sin embargo, se ha reanudado de a pocos y todos los días se celebra una Misa en el salón de reuniones del Vicariato de Anatolia, que se salvó del terremoto.
Cáritas Anatolia, cuya sede se encuentra dentro del Vicariato, continúa distribuyendo aproximadamente 400 paquetes de alimentos cada semana a las víctimas que permanecen en el lugar.
Ilyas Edip Terbiyeli, un cristiano cuyo padre ortodoxo y madre católica fueron afectados por el terremoto, explicó que durante los primeros tres meses, algunos de los desplazados encontraron refugio en tiendas de campaña que se instalaron en el jardín de una iglesia cercana. Otros han regresado a sus hogares, mientras que un grupo se ha ido a vivir con familiares en otras localidades.
Según Terbiyeli, incluso los daños más pequeños han causado largos periodos de falta de acceso a una vivienda.
“En lo que a mí respecta, me quedé con mi esposa y mis hijos durante aproximadamente un mes y medio en una tienda de campaña erigida junto a la iglesia católica antes de poder regresar a nuestra casa, que había sufrido pocos daños. Mis padres tampoco han sufrido demasiados daños en su casa, pero todavía no pueden vivir allí. Alquilaron un apartamento pequeño mientras esperaban que se completaran las reparaciones”, contó.
Sesenta kilómetros al sur, en la ciudad de Antioquía —que perdió 22.979 habitantes— la iglesia católica latina está cerrada. Aunque no sufrió daños mayores, el edificio no es seguro. Los residentes no saben qué sucederá en el futuro.
Mientras tanto, Mons. Paolo Bizzeti, Vicario Apostólico de Anatolia y presidente de Cáritas Turquía, planea establecer un centro pastoral en su sede. Actualmente, la comunidad no tiene un lugar para reunirse y celebrar la Eucaristía.
En una entrevista concedida a ACI Mena —agencia en árabe del Grupo ACI—, Mons. Bizzeti explicó que “nuestra iglesia en Antioquía no sufrió daños importantes, pero el edificio no es seguro”.
“Nadie sabe hoy lo que le sucederá en el futuro. Los cristianos locales ya no tienen un lugar para celebrar la Eucaristía. Estamos buscando cómo solucionar este problema, pero por el momento no tengo una respuesta”, expresó.
Las autoridades han prometido reconstruir la ciudad en un año, pero las nuevas viviendas serían levantadas al pie de la montaña, alejadas del centro histórico donde se encontraba todo el patrimonio religioso.
El sacerdote franciscano Adrián Lozan, director nacional de las Obras Misionales Pontificias en Turquía, con sede en la ciudad de Izmir, viajó del 7 al 10 de mayo a la zona del desastre para evaluar la situación.
“Recemos por las Iglesias de esta región. Recordemos también a todos los que perdieron la vida en esta tragedia, también a los que sobrevivieron: la experiencia los marcó fuertemente y aún les queda todo un camino interior de sanación y de reconciliación”, señaló al final de la visita.
Traducido y adaptado por ACI Prensa. Publicado originalmente en ACI Mena.
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