20 de abril de 2023 / 12:01 a. m.
Hoy se celebra a Santa Inés de Montepulciano, una de las figuras más importantes de la Orden de Santo Domingo (dominicos). Inés fue una abadesa que destacó por su sabiduría y espiritualidad. La gran Santa Catalina de Siena le profesó una gran devoción.
Una abadesa educada con sencillez
Inés Segni -su nombre de pila- nació alrededor de 1268 en Gracciano (Italia), en el seno de una familia noble. Desde muy niña tuvo contacto con la espiritualidad dominica gracias a que sus padres confiaron su educación a las religiosas del monasterio de Montepulciano, ubicado muy cerca de su Gracciano.
Inés empezó su formación a los nueve años rodeada de las monjas del “monasterio del saco” -las religiosas de Montepulciano eran conocidas por sus particulares hábitos, confeccionados con una tela muy rústica-
En el monasterio Inés se hizo conocida por su generosidad, su capacidad de sacrificio y su intensa vida de oración. Permaneció allí unos cinco años hasta cumplir los quince, cuando fue enviada junto a Sor Margarita, su maestra de noviciado, a erigir un monasterio de dominicas en Proceno, aldea de la diócesis de Acquapendente.
Tres años más tarde, sería nombrada abadesa de aquel lugar. Como tal, se entregó al servicio de sus hermanas con profunda dedicación y humildad. De esta etapa de su vida datan los primeros testimonios acerca de hechos milagrosos obrados por su intercesión, como la multiplicación de panes y aceite, la curación de algunos enfermos e incluso un exorcismo.
“Lo que tú quieras, Señor”
Cuando su fama se extendió, las religiosas de Montepulciano pidieron que Inés regrese a su pueblo natal para que fundara un nuevo monasterio. Sin embargo, la santa rogó a Dios para que le concediera quedarse un tiempo más en Proceno.
Dios se lo permitió y llegó a vivir allí por 22 años más, hasta el día en que, por medio de un sueño, recibió una señal de Dios para erigir el nuevo monasterio en su tierra.
En 1298, con el apoyo de las autoridades de la Orden de predicadores y el patrocinio del Papa, regresó a la región donde nació y estableció allí el nuevo monasterio de monjas dominicas en las afueras de Montepulciano.
Allí mandó construir una capilla consagrada a la Virgen María, que sería ampliado poco después gracias a la colaboración de los fieles. La santa gobernó la comunidad religiosa hasta el día de su muerte.
Hambre de Dios y hambre de pan
Esta etapa en la nueva fundación se caracterizó por las abundantes gracias y bendiciones. Fueron años de intensa oración, de arrebatos místicos y revelaciones particulares concedidas por el Señor. En más de una ocasión, en días de hambruna y carencia, Inés dio de comer a decenas de personas con uno o dos panes, evocando el milagro de la multiplicación de los panes obrado por Jesucristo.
Santa Inés falleció el 20 de abril de 1317 a los 49 años. Gracias al Beato Raimundo de Capua (1303-1399)y a la biografía que escribió sobre la santa, la devoción a Santa Inés se hizo muy popular entre los siglos XIV y XV. Fue canonizada por el Papa Benedicto XIII, junto a Santo Toribio de Mogrovejo, el 10 de diciembre de 1726.
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