Mons. Jorge Lozano. Foto: Facebook
BUENOS AIRES, 21 Ene. 14 / 06:02 am (ACI/EWTN Noticias ).- El Obispo de Gualeguaychú (Argentina), Mons. Jorge Lozano, señaló en una reciente columna que los sacerdotes no son “curanderos” o “milagrosos”, sino que invocan a Dios por la salud de los fieles, pues es Él quien sana a los enfermos.
“Los sacerdotes invocamos a Dios pidiendo la salud. Pero es Dios el que sana, el que obra la salud, no el sacerdote. El cura no es ‘curandero’ o ‘milagroso’. En la historia de la Iglesia se reconoce a algunos que invocaron a Dios y se sanaron enfermos por milagro; pero son muy pocos”, afirmó.
A continuación presentamos la columna de Mons. Lozano:
¿Hay curas sanadores?
En la provincia de Entre Ríos, como en las demás, hay gente que viaja habitualmente haciendo dedo. Docentes, personal de fuerzas de seguridad, trabajadores rurales, trabajadoras, estudiantes, familias...
Los motivos son diversos. Escasos horarios de transporte público, costos difíciles de afrontar. Varias veces he levantado gente. Les comparto algunas historias, cambiando alguna circunstancia para no ser imprudente en la privacidad de los relatos.
Eran las 13.30 de un día martes. Regresaba a Gualeguaychú de una reunión de sacerdotes en Basavilbaso.
Casi como a un kilómetro vi una silueta al costado de la ruta. Estaba cerca de Urdinarrain. Una señora hacía dedo para viajar. Le pregunté hacia dónde iba y me dijo que a Gualeguaychú (unos 50 kilómetros de ruta).
Cuando arrancamos me dijo: “Usted no se acuerda de mí, monseñor, me llamo Ema y usted ya me llevó otra vez”. Ahí sí que me acordé. Ella trabaja como cocinera en un comedor en la ruta, tres veces por semana. Para ir toma el colectivo a las 6 de la mañana, pero para regresar pasa uno a las 13 (al que ella no puede acceder por el horario de mayor trabajo) y otro a las 18. Su opción entonces es esperar más de cuatro horas, o pedir que la lleven.
Vive con su marido y tres hijos, dos en la primaria y una en la secundaria. Los demás días trabaja en tareas de limpieza en casas particulares.
Aprovechando el viaje, conversábamos de varios temas. Hay gente que habla poco y otros que hablan hasta por los codos. Ema es de estas últimas, y sin introducción me pregunta: “¿Hay curas sanadores?”. Le pregunto a su vez algo como para ubicarme a qué viene esa pregunta. Tenemos un lindo diálogo. Le cuento que todos los sacerdotes nos ordenamos de cura para lo mismo: servir a la fe del Pueblo de Dios. Y esto se hace de diversas maneras: celebrando la misa y los demás sacramentos, predicando, organizando la catequesis, visitando enfermos... En algunas parroquias se celebra la misa por los enfermos, y se les impone las manos, o también en algunas ocasiones del año se celebra el sacramento de la unción de los enfermos.
Los sacerdotes invocamos a Dios pidiendo la salud. Pero es Dios el que sana, el que obra la salud, no el sacerdote. El cura no es “curandero” o “milagroso”. En la historia de la Iglesia se reconoce a algunos que invocaron a Dios y se sanaron enfermos por milagro; pero son muy pocos.
Su pregunta también estaba motivada porque había escuchado hablar acerca del padre Ignacio, en Rosario, que convoca multitudes para la oración.
Hay que rezar por los enfermos y alentarlos a ellos mismos que lo hagan.
Además hablamos acerca del "sacramento de la unción de los enfermos" que confiere a los cristianos una gracia especial para afrontar las dificultades de una enfermedad grave o la debilidad en la salud que trae la ancianidad.
Consiste en una unción con aceite consagrado que realiza el sacerdote en la frente y las manos del enfermo mientras reza una oración. En varias parroquias se suele celebrar de modo comunitario una vez al año, y los sacerdotes van a las casas u hospitales cuando los solicitan. Antes se lo llamaba la "extremaunción", identificándolo de ese modo como el sacramento que se solicitaba ante la inminencia de la muerte. Ahora se accede a él de manera más frecuente. Pero eso no reemplaza la obligación de ir al médico y seguir el tratamiento que se indique.
Me parece que a Ema se le aclaró una confusión. Una vecina le había contado algo parecido, pero no tanto.
Ahora que hago memoria, también nos habíamos visto en la misa en la Capilla de su barrio. Y seguramente nos volveremos a ver.
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