Este sacerdote católico sobrevivió heroicamente en campo de concentración ruso

REDACCIÓN CENTRAL, 25 Oct. 17 / 05:02 pm (ACI).- Entre 1930 y 1960 millones de personas que se oponían a la Unión Soviética fueron enviadas a los gulags, campos de trabajos forzados en Siberia. En uno de ellos un sacerdote jesuita, que está en proceso de canonización, sobrevivió heroicamente durante 15 años aferrándose al amor de Dios.

El P. Walter Ciszek narró sus vivencias en un gulag de Siberia en su autobiografía titulada “Con Dios en Rusia”, publicada en 1964.

En el año 2000, la Biblioteca Hesburgh de la Universidad de Notre Dame, en Estados Unidos, lanzó el "Libro de Memorias: Un Martirologio de la Iglesia Católica en la URSS” donde señala que más de 1900 católicos –entre sacerdotes, religiosos y laicos –fueron torturados y asesinados. Muchos de ellos fueron condenados a trabajar en los gulags.

El P. Ciszek nació el 4 de noviembre de 1904 en Pensilvania, Estados Unidos. Era hijo de inmigrantes polacos. Según una biografía publicada en el sitio web de la causa de su canonización, de niño solía provocar peleas callejeras. Debido a esa mala fama, sus padres no creyeron que quería ser sacerdote hasta que lo vieron ingresar al seminario.  

En 1928, durante su etapa de noviciado en la Compañía de Jesús, se ofreció como voluntario para ir a evangelizar Rusia y fue aceptado con la condición de completar su formación en el Colegio Ruso en Roma.

Fue ordenado sacerdote el 24 de junio de 1937, a los 33 años, y los jesuitas lo enviaron temporalmente a Polonia para enseñar ética a un grupo de seminaristas. Sin embargo, en noviembre de 1939 los nazis y sucesivamente los rusos invadieron el país. Tras encontrar la iglesia del seminario profanada, el P. Ciszek huyó a la ciudad de Lvov -actualmente Leópolis- en Ucrania.

Allí obtuvo el permiso de sus superiores para ingresar a Rusia y se vio obligado a cambiar su nombre adoptando el de Vladimir Lypinski. Llegó a ese país en 1940 y consiguió trabajo como obrero. Tras su jornada laboral solía celebrar Misa clandestinamente.

En junio de ese año fue arrestado acusado de ser un presunto espía alemán. La policía secreta rusa lo torturó y lo drogó para forzarlo a “confesar”.

Fue encarcelado durante cuatro años en la prisión de Lubianka, en Moscú, y luego lo condenaron a 15 años de trabajos forzados en un gulag de la ciudad de Norilsk, en la zona del círculo polar ártico en Siberia.

En este lugar, el P. Ciszek conoció a varios católicos y con su ayuda pudo improvisar los elementos necesarios para celebrar la Eucaristía e incluso realizó varios retiros espirituales.

“No puedo describir mi alegría de poder celebrar la Misa de nuevo. Escucho confesiones regularmente y de vez en cuando puedo distribuir la comunión en secreto tras la Misa”, escribió en su autobiografía.

“Esta experiencia me ha dado una nueva fuerza. Puedo ser un sacerdote de nuevo y le agradezco a Dios a diario por la oportunidad de trabajar entre este rebaño oculto, consolando y confortando a los hombres que habían pensado que estaban más allá de Su gracia”, expresó.

En el gulag, el P. Ciszek trabajó en las minas bajo duras condiciones. Estos padecimientos se incrementaban durante el invierno ya que la comida y las herramientas se congelaban ya que en ese lugar las temperaturas llegan a 50 grados bajo cero.

Sin embargo, en medio de la adversidad “no pude evitar ver en cada encuentro con cada prisionero la voluntad de Dios para mí, ahora, en este tiempo y en este lugar, y la mano de la providencia que me ha traído aquí con extraños y tortuosos caminos”.

En 1955, el sacerdote cumplió su condena y se quedó tres años más en Norilsk trabajando en una fábrica de químicos y ejerciendo su ministerio sacerdotal hasta que la KGB lo expulsó.  Se mudó a la ciudad rusa de Abakan y allí recibió una carta de su familia, que lo había dado por muerto.

En octubre de 1963, la KGB le informó que lo devolverían a Estados Unidos a cambio de dos agentes soviéticos que fueron capturados en ese país. El P. Ciszek narró en su libro “Con Dios en Rusia” que cuando su avión despegó “hice la señal de la cruz sobre esa tierra que estaba dejando”.

Tras regresar a Pensilvania, comenzó a impartir dirección espiritual a los fieles y a dar conferencias en el Centro Juan XXIII de la Universidad de Fordham, que actualmente se llama Centro de Estudios Cristianos del Este de la Universidad de Scranton.

Falleció el 8 de diciembre de 1984, en la Solemnidad de la Inmaculada Concepción. Cinco años después de su muerte se abrió su causa de canonización y ha sido declarado “Siervo de Dios”. Actualmente la diócesis de Allentown está llevando adelante el proceso.

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