Sara Erenhalt, junto a otras cinco, consiguió huir del horror nazi gracias al padre Alojzy Pitlok que la alojó y la salvó de una muerte segura
Roma, 29 de enero de 2015 (Zenit.org) Paweł Rytel-Andrianik | 160 hits
Sara Erenhalt vivía con su familia en Przemyśl. En 1941 se casó con Leon Patera. Después de diez meses nació su primer hijo. Una trágica movimiento del destino hizo que, durante la persecución nazi, ella y su familia se encontraran en uno de los dos guetos instituidos por los alemanes en Przemyśl. Leon fue asesinado mientras trataba de huir del gueto. Los padres de Sara y sus hermanas fueron deportados en el campo de concentración de Bełeżec. Otros miembros de su familia, entre los que estaba su único hijo, fueron asesinados en el gueto.
En septiembre de 1943 Sara fue deportada, junto a otras personas en el campo de Birkenau (cerca de Auschwitz). Después del periodo de cuarentena, se le asignó el número 66952 y fue enviada a trabajar a la fábrica “Union” situada a tres kilómetros del campo. A principios de 1944, fue trasladada a Auschwitz pero continuó trabajando en la fábrica
A finales de 1944 comenzó el proceso de liquidación del campo. En enero de 1945, los vagones para transportar a los prisioneros no eran suficientes. Los prisioneros restantes del campo fueron obligados a proceder en la llamada “marcha de la muerte”, con los pies descalzos, hacia la frontera alemana. Para sorpresa de todos, los alemanes ordenaron una parada en el pueblo de Poręba, cerca de Pszczyna, y dijeron a los prisioneros que se buscaran un alojamiento. Sara y otras seis mujeres fueron hacia las casas más cercanas.
Según informa el archivo de Yad Vashem, Sara cuenta: “Todos entramos en algunas casas de campo. Había una persona anciana. Le saludamos diciendo: ‘Alabado sea Jesucristo’. Le pedimos si podíamos pasar la noche en el establo. Él comentó: ‘Pobrecillas, cómo pensáis que os puedo dejar dormir en un granero con una temperatura de menos dieciocho grados’
Por como hablaba, esa persona parecía un sacerdote, aunque no vestía con sotana. Entonces comenzamos a hablarle pidiéndole un refugio en su casa. Él enseguida aceptó y nos escondió a mí y a otra de las mujeres que se llamaba Genia. Tratamos de convencerlo de que no podíamos separarnos de nuestras compañeras porque habíamos estado juntas todo el tiempo en el campo de concentración, y si las dejábamos ir, seguramente morirían. (Archivio di Yad Vashem, Ref. O.3 / 1588).
El anciano, que para entonces ya se había presentado como el padre Alojzy Pitlok, aceptó hospedarnos a todas y se ofreció para ayudarnos después de la liberación. Dijo que para él no tenía ninguna importancia que fuéramos judías, pero era importante que nuestro ángel de la guarda nos había enviado a él, y él había podido ayudarnos y salvarnos. Padre Pitlok también dijo que, si no encontrábamos a nuestros familiares, podíamos regresar donde él y él nos ayudaría a encontrar un trabajo”
Después de la guerra, Sara se puso en contacto con la organización Sionista y en el 1946 emigró a Israel.
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Texto traducido por ZENIT
(29 de enero de 2015) © Innovative Media Inc.
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